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Opinión

Movimientos Antisistémicos

Fórmula Legislativa.

En nuestra anterior entrega comentamos la cómoda ventaja que parece tener Andrés Manuel López Obrador frente al resto de los aspirantes a la primera  Magistratura del País. 

El pasado jueves 23 de marzo el periódico La Jornada dio cuenta de la decimocuarta encuesta ordenada por la Presidencia de la República en torno a la ‘‘fase previa’’ de la contienda electoral de 2018, que ubicó al dirigente de Morena en el primer lugar con 17.52% de las preferencias, seguido por Margarita Zavala con 11.21%, Miguel Ángel Osorio Chong con 8.24%, Ricardo Anaya con 7.36% y otros aspirantes que apenas alcanzan el 6%, como Eruviel Ávila, Miguel Ángel Mancera y Rafael Moreno Valle.

Aunque la fe en las encuestas está casi tan deteriorada como la imagen de los partidos políticos, llama la atención que todas las que se han realizado en el pasado reciente coinciden en varios sentidos, como en el hecho de que el puntero indiscutible es Andrés Manuel; que a siete u ocho puntos se mantiene la exprimera dama Margarita Zavala; que el aspirante priista más rentable sigue siendo Miguel Ángel Osorio Chong; que el tabasqueño supera al todavía Secretario de Gobernación 2 a 1; y que de mantenerse la tendencia el PRI perdería nuevamente la Presidencia y estaría en riesgo el pluripartidismo al desaparecer PRD, PVEM, PANAL, PT, PES y Movimiento Ciudadano.

Desde luego que los resultados de las encuestas en la fase previa, es decir, antes de que los partidos definan quienes serán sus candidatos y de que los ciudadanos que consideran estar en posibilidad de hacerlo anuncien su intención de serlo, pueden variar considerablemente, influenciados por la definición de los candidatos y por las estrategias y acciones de los partidos y del gobierno.

Un acuerdo de unidad al interior del PAN que incluya al menos a Margarita Zavala, Ricardo Anaya y Moreno Valle, puede aportarle los puntos que requiere para empatar y ganar; del PRI y el gobierno pueden esperarse acciones espectaculares que ayuden a superar el impacto del gasolinazo, como una sostenida reducción del precio de los combustibles, el endurecimiento frente a las posiciones del gobierno estadounidense y filtraciones que peguen en la línea de flotación de los punteros. 

Como parte de la estrategia no puede descartarse al menos el anuncio de la posibilidad de una alianza PRI-PAN. Por lo que se refiere al PRD no es previsible un repunte, no solo por la incesante labor de zapa que ha generado una inclemente fuga de militantes hacia Morena o hacia el limbo político, sino por la generación de conflictos internos como el desorden generado en la fracción parlamentaria del Senado y la andanada de filtraciones y ataques contra su dirigente nacional.

Si usted se pregunta por qué Andrés Manuel tiene en este momento esa alta posibilidad de ganar la elección presidencial, no olvide que tiene más de 18 años de campaña permanente, pues sería ésta su tercera contienda por la presidencia, lo que de por sí representa una ventaja en el conocimiento ciudadano. 

Sume usted su habilidad para encabezar la agenda mediática, aun en temas que parecieran serle adversos; que ha iniciado el control de sus negativos moderando el discurso belicoso que le caracterizó en sus dos primeras campañas, lo que le ha valido minimizar el señalamiento de ser “un peligro para México” y sepultar lo negativo de aquel “cállate chachalaca” espetado al Presidente Fox en 2006, que lo mostró intolerante a la crítica, e incluso ha matizado el discurso mesiánico directo.

También abandonó el slogan clasista original de “primero los pobres”, mostrándose más abierto al contacto con el sector empresarial, despresurizando el ambiente de la confrontación; y salvo por el desliz neoyorquino frente al padre de uno de los normalistas de Ayotzinapa, a quien llamó provocador y le ordenó  callarse, se ha mostrado ligeramente más tolerante, de la misma manera en que Donald Trump actuó con su discurso ante el Congreso norteamericano, es decir aparente más ser candidato.

Pero quizá el elemento más importante sea el alejamiento de los viejos y desgastados partidos al crear el propio, al que mantiene bajo un férreo control disciplinario, al más viejo estilo del presidencialismo priista, evitando la división interna aunque para ello deba recurrir a la expulsión de los inconformes. Con ello evita el surgimiento de alguna figura que pueda representar oposición interna.

Lo que Andrés Manuel no ha modificado es el discurso anticorrupción, paradójicamente el mismo del gobierno federal y su partido, al que agrega la acusación de la “mafia en el poder”, al igual que la promesa de impulsar una transformación fundamental de las relaciones sociales y hacer eficiente el gasto público, lo que continúa generándole adeptos. Es clara su estrategia de aprovechar el desprestigio de los partidos políticos y de los servidores públicos, y con ello se ubica a la cabeza de un movimiento anti-sistémico cargado hacia la izquierda y centrado en el populismo.

Estas estrategias parecen estarle funcionando en el campo estrictamente electoral, pero el riego histórico del fracaso en el gobierno está latente y, de darse, postergaría por años la satisfacción de la esperanza que está generando. 

Los movimientos antisistema no son algo nuevo, han existido por siglos y han sido orientados hacia todos los rumbos ideológicos. En distintos países lograron conquistar el poder del Estado, para descubrir que es menos poderoso de lo que habían pensado y que satisfacer la aspiración de sus seguidores de transformar el mundo tiene más obstáculos de los esperados. Vea usted si no los ejemplos de Cuba y Venezuela, o los de la Alemania nazi, la China de Mao, los países balcánicos o Ruanda y otros países africanos. 

Ciertamente estos países conocieron un relativo número de reformas, la mayoría de las veces hubo un incremento de los servicios educativos y de salud, así como un mejoramiento de las condiciones laborales, pero siguió habiendo considerables desigualdades en la calidad de vida y una clara restricción de las libertades individuales.

La historia nos enseña que, por regla general, un movimiento que logra el poder se convierte en una casta privilegiada de altos funcionarios y oficiales, con más poder y más riqueza que el resto de la población. Pero no se trata de descalificar las intenciones de López Obrador, sino de llamar la atención sobre cómo puede la sociedad civil cerrar la brecha que existe entre ella y el Estado, cómo puede lograr que el Estado refleje sus valores.

El sistema político a nivel mundial se encuentra en una crisis estructural, y la proliferación de movimientos antisistema expresados en los movimientos populistas de izquierda y de derecha, nos muestran que hemos entrado en una era de transición, en la que a quienes ejercen el poder les importa más su enriquecimiento personal que el progreso de la sociedad, a tal grado que en muchos casos ni siquiera intentan preservar el sistema condenándolo a la autodestrucción, con el planteamiento de cambios que no son cambios, con simulaciones que se convierten en caldo de cultivo del neopopulismo.

Ojalá que Andrés Manuel fuera capaz de asegurarnos con toda claridad que la población verá prontamente satisfechas sus necesidades inmediatas y explicarnos cómo pretende lograrlo; que nos diga cómo evitará la formación de élites que desvirtúen sus intenciones, cómo pretende desmercantilizar la función pública y cómo evitará que la población enfrente privaciones y racionamientos y conflictos como los que vive actualmente Venezuela.

Lo cierto es que con declaraciones como las recientemente expresadas por el Presidente Peña Nieto y por el Gobernador del Banco de México en Acapulco, se corre el riesgo de victimizar a un experto en victimizarse.