Icono Sección

Opinión

La cuarta transformación

Fórmula Legislativa.

Uno de los pocos ofrecimientos que durante la campaña electoral dirigió Andrés Manuel López Obrador a un público distinto de la masa popular, fue el de la “Cuarta Transformación”. Con este concepto nunca explicado, puso a trabajar las mentes del llamado sector pensante de la sociedad y logró capturar su atención.

A través del análisis, este sector pudo identificar la visión que el entonces candidato tenía y aún mantiene de su futuro gobierno, como un nuevo parteaguas de la vida política nacional, calificándolo anticipadamente como un momento clave de la historia de México que habrá de sumarse a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Es evidente que la intención del ahora Presidente Electo es que su gobierno construya nuevas condiciones que representen un cambio profundo en nuestra sociedad, como en su momento lo fueron el movimiento armado que enfrentó al dominio español; la defensa del triunfo liberal encabezado por Benito Juárez, que encarnó en la separación de la Iglesia y el Estado; y la rebelión armada contra la dictadura de Porfirio Díaz y el dominio de los “científicos”, esa élite privilegiada de las postrimerías del siglo XIX y el albor del siglo XX.

Sin demeritar la intención, debe reconocerse que ésta no es una tarea fácil desde ningún punto de vista, no solo porque las condiciones de cada una de las etapas son distintas entre sí, lo que obliga a diseñar nuevas estrategias, sino por la resistencia natural al cambio presente en todos los niveles, sobre todo cuando el cambio afecta intereses.

En nuestro tiempo no hay un dominio territorial directo de una potencia extranjera, como lo existía hace doscientos años; tampoco tiene la iglesia un poder terrenal que invada la esfera de la convivencia civil sometiendo a los ciudadanos, como en la época de la reforma; pero de acuerdo con muchos de los partidarios de López Obrador si existe un sector privilegiado que pareciera la reedición de los científicos, personificado en un sector empresarial y una clase política que gozan de grandes privilegios y que se resisten a una distribución más justa de la riqueza, sin advertir que en ese pecado llevan la penitencia.

Nadie puede negar que en México es el poder económico quien mantiene sometido al poder político. Es cierto que no es un poder equivalente al que en su momento detentaban los científicos, porque las condiciones nacionales y mundiales no son las mismas que las de hace un siglo. Los países no son ya compartimentos cerrados, sino piezas de una sociedad y de la economía mundial cuyas reglas deben ser observadas, a riesgo de aislarse y frenar el desarrollo en caso de no hacerlo.

Y como éstas hay otras diferencias que deben ser tomadas en cuenta. La primera de ellas es que la pretendida cuarta transformación corre en sentido contrario a la premisa muchas veces comprobada de que “la guerra es la partera de la historia”, pues las tres primeras tuvieron un alto costo en vidas humanas, además del económico.

Desde el punto de vista político-ideológico es necesario hacer consciencia de que lo que se plantea es una auténtica revolución y no una simple reforma; y que en toda revolución lo primero que se afecta son las libertades ciudadanas. Este es un aspecto que el nuevo gobierno tendrá que tomar en consideración, para no caer en la tentación del autoritarismo.

La legitimación que dan 30 millones de votos en un universo de casi 90 millones posibles, no puede pretender ser auténtica, como no lo es la relativa a la decisión de cancelar la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, que se atribuye a “la gente” a pesar de la ínfima participación.

La auténtica legitimación estará fincada en lo acertado de las políticas públicas que se emprendan, que de entrada pueden ser discutidas, pero que tendrán como prueba máxima sus resultados.

La legitimidad del nuevo gobierno se demostrará haciendo coincidir los beneficios económicos y sociales para la mayoría de la población, con el ejercicio pleno de las libertades democráticas.

El reto desde ahora y mucho más a partir del 1º de diciembre, será lograr la congruencia en el actuar de las autoridades de los tres poderes, en un programa de transformación del que ahora no parecen estar enterados todos los actores políticos, como quedó de manifiesto con la buena intención de eliminar o reducir legalmente las millonarias comisiones que cobran los bancos, planteada por el coordinador de los senadores Morenistas Ricardo Monreal, que obligó a la intervención directa del Presidente electo para atemperar las consecuencias financieras sobre el Peso y el mercado de valores.

Faltan menos de veinte días para que formalmente asuma sus responsabilidades el nuevo gobierno, pero la tarea urgente es la definición de objetivos y estrategias de la cuarta transformación, su planteamiento explícito, el establecimiento de prioridades, la planeación, la difusión entre los ejecutores y su efectiva coordinación.

Los ciudadanos necesitamos saber también cuál es el nuevo paradigma que se persigue.