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Opinión

Guerra sucia 2

Fórmula Legislativa.

“La política es una guerra sin efusión de sangre, la guerra, una política con efusión de sangre”. Mao Tse Tung.

El declive de la democracia se acentúa en 2017, con bajas sistemáticas del apoyo y la satisfacción de la democracia, y con incremento de la percepción de que se gobierna para unos pocos, todo ello sumado al desencanto ciudadano frente a los partidos políticos.

Así inicia el Informe 2017 de Latinobarómetro, corporación sin fines de lucro que se encarga de investigar y medir en forma permanente el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad en su conjunto, usando indicadores de opinión pública que miden actitudes, valores y comportamientos.

Por cuarta ocasión consecutiva, señala el informe, la satisfacción con la democracia se reduce un 4% en un solo año, al caer del 34% obtenido en 2016, al 30% en 2017, debido fundamentalmente a factores políticos más que a los económicos.

De 18 países latinoamericanos estudiados, México se ubicó en el lugar número 14, con solo un 18% de satisfacción, únicamente por encima de Colombia (17%), Perú (16%), El Salvador (15%) y Brasil (13%); y 16 puntos abajo del promedio latinoamericano que es del treinta por ciento.

Llama la atención que nos encontremos cuatro puntos por debajo de Venezuela y catorce abajo de República Dominicana.

Eso sí, cuando a la población se le preguntó si cree que México está gobernado por unos cuantos grupos poderosos que utilizan el gobierno en su propio beneficio, nos ubicamos en un nada honroso segundo lugar con una percepción del 90%, solo por debajo de Brasil que alcanzó el 97%, y muy lejos de Nicaragua en donde esta creencia solo alcanza el 43%.

En otras palabras, nueve de cada diez mexicanos estamos convencidos de que la forma de nuestro gobierno es oligárquica y no democrática, pese a que tengamos elecciones más o menos libres en lo individual, e instituciones que nos dan esa garantía.

Lo anterior pone en evidencia que la democracia mexicana se enfrenta a un monumental reto, que los partidos y la clase política no han logrado dimensionar pese a la existencia de estos instrumentos de medición social. ¿Cómo no preocuparse si del informe que mencionamos se advierte que solo 9 de cada 100 mexicanos, es decir sólo el 9% confía en los partidos políticos?

Cualquier interpretación razonable debería conducir a los partidos políticos y a quienes en ellos toman decisiones, a impulsar cambios en la forma de hacer política, empezando con dotar a las campañas electorales de un tono positivo y propositivo que nos aleje de los escenarios de innecesaria polémica y confrontación; y nos planteen objetivos comunes en torno a los cuales podamos construir un compromiso colectivo para avanzar en el desarrollo político y en el económico.

Sin embargo, la realidad del proceso electoral en curso nos golpea en la cara con campañas de descalificación que, si hace años eran perjudiciales para el desarrollo democrático, hoy con la existencia de las redes sociales se convierten en verdadero veneno. La guerra sucia nos está presentando al menos a dos de los precandidatos a la presidencia de la república como auténticos toros de lidia, enfocados a destruir la imagen del que ellos mismos consideran el rival más débil; lo que nos hace preguntarnos, si ya están seguros –como afirman estarlo- ¿para qué tanta violencia?

La llamada “guerra sucia” parte del pragmatismo de los partidos y los candidatos, que pretenden obtener el poder sin importar los medios, a como dé lugar; para lo cual no dudan en utilizar la lógica de la mentira, la denuncia basada en medias verdades o en la simple percepción prefabricada, la utilización del miedo (por ejemplo, “es un peligro para México”), la información distorsionada, la descalificación de personalidades por errores o defectos personales menores, la novelización de situaciones imaginarias (véase por ejemplo como describe López Obrador la supuesta entrevista privada entre el empresario Claudio X. González y el Presidente Peña Nieto), la teoría del complot nunca comprobado, la difamación y el insulto son, entre otros, los elementos de una táctica electoral inaceptable desde el punto de vista político y ético, porque el tono virulento en el que se expresan divide a la sociedad, afecta su convivencia y deja una estela de resentimientos que en el corto plazo impedirán la legitimación de un gobierno, y a la postre potencializan actitudes autoritarias para acallar las expresiones contrarias.

La guerra sucia en las elecciones nos muestra la peor cara de los partidos políticos, pero sobre todo de los candidatos que la practican, la promueven o la solapan; pero también nos exhibe a los ciudadanos como una sociedad gravemente discapacitada y vulnerable desde el punto de vista político, que sucumbe ante la ignorancia y la tolerancia de lo inmoral.

La guerra sucia exhibe la desvergüenza de los candidatos que la utilizan o hacen oídos sordos a la que les beneficia, y acentúa su pragmatismo expresado en el hecho de que están dispuestos a todo con tal de que sus competidores no les arrebaten la posibilidad de acceder al Poder. Nos hace transparente su intención de servirse del Poder y no de servir a través de él.

La guerra sucia inhibe la participación de los ciudadanos en las urnas, cuando debería alentarla para votar en contra de quienes recurren a cualquier artimaña antiética para atacar y disminuir el voto de sus opositores.

Los ciudadanos deberíamos darnos cuenta de ello y castigar a todo aquél que quiera engañarnos negándole nuestro voto. Pero ¿Cómo hacerlo?

El INE acaba de firmar un acuerdo con Facebook que le permitirá a esa red social detectar las noticias falsas y notificarlo a los usuarios. Pero sobre todo, antes de creer a pie juntillas en todo lo que se nos presente en los medios, y particularmente a través de las redes sociales, preguntémonos si la especie es congruente y razonable.

Votemos con la razón y no solo con la emoción.