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Opinión

Falso dilema

Perspectiva.

“Cada hombre debe elegir entre nuestro lado o el otro lado".  

Vladimir Ilich Lenin (Discurso 13 de noviembre de 1920)

Andrés Manuel López Obrador escogió el que quizá sea el momento más crítico de México, después de la revolución de 1910, para plantear a los mexicanos el falso dilema de definirse a favor o en contra del cambio que propone para el país.

Es el peor momento no solo porque la epidemia de Covid-19 esté alcanzando las más altas cifras de contagios y defunciones; también se vive la más drástica caída de la producción y el empleo desde principios del siglo XX, aún peor que aquella famosa crisis de 1994-1995 conocida como “el error de diciembre”, ocurrida en los albores del mandato de Ernesto Zedillo, que incluyó el satanizado Fobaproa; y por si fuera poco, la aceptación presidencial está treinta puntos abajo de la que gozaba al inicio del gobierno, y es prácticamente igual a la que tuvo Enrique Peña Nieto en el mismo período de dieciocho meses de ejercicio.

En ese entorno de múltiples frentes de batalla abiertos desde su foro mañanero, como el desdén a empresarios, el intento de desmantelamiento de órganos autónomos, la descalificación de los intelectuales críticos y el desacuerdo de al menos un tercio de los gobernadores, que hacen evidente el regreso al esquema de estado concentrador, López Obrador sentenció que “se está con la transformación o se está en contra”, igual que lo hizo Lenin en los primeros días de la instauración del régimen bolchevique gestado en la Revolución de Octubre de 1917, en Rusia.

Como si fuera un copy and paste histórico, el presidente en su papel de caudillo de la 4T y de Benito Juárez reinventado, exigió a los actores políticos definirse como liberales o conservadores, no necesariamente con la intención de sumarlos a sus seguidores, sino buscando el alineamiento de la población al lado de su proyecto, para que aquellos que se definan en contra se autocalifiquen como enemigos de la transformación y del Estado, con lo que tendrán que atenerse a las consecuencias no solo de la animadversión de los seguidores de la 4T, sino a las represalias que pueden ejercerse desde el poder.

En la exigencia presidencial subyace la idea de que propios y extraños declaren públicamente conforme a la histórica frase “estás conmigo o estás contra mí”, que ha sido utilizada desde hace siglos para generar polarización y de paso medir las fuerzas del enemigo. 

Esa misma que en La Biblia se atribuye a Jesucristo (Mateo 12:30) y que fue dirigida por George W. Bush a mandatarios de otros países luego del ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, "O estás con nosotros o estás con los terroristas"; y hasta por Darth Vader en Star Wars episodio III.

Para la tranquilidad nacional, nadie ha hecho eco al atrevido llamado presidencial.

Aunque la definición fue exigida a los actores políticos, es obvio que a quien menos aplica es a la oposición partidista, porque los partidos que la integran no han logrado levantarse de la lona en la que quedaron postrados en julio de 2018; por lo que no han mostrado hasta el momento una postura clara y firme frente a la propuesta de cambio que encabeza López Obrador, ni puede identificarse en ninguno de ellos algún logro trascendente en materia legislativa, área en la que se encuentran maniatados.

Si la decisión se tomó en función de lo que el presidente y la 4T se jugarán el primer domingo de junio de 2021 parece demasiado temprana, porque no se vislumbra un triunfo de alguno de los partidos de oposición, y solo podría entenderse necesaria la medida si se tuvieran “otros datos” sobre las tendencias electorales, pues hasta el momento ninguna encuesta avizora la posibilidad de una derrota de Morena.

Para López Obrador la verdadera oposición está centrada en los empresarios, que a la postre serían los verdaderos damnificados del cambio; en los académicos a quienes el presidente llama “intelectuales orgánicos”, que se expresan en contra de las políticas presidenciales, como Enrique Krause, a quien impuso ese adjetivo al exigir las definiciones comentadas; pero principalmente se ubica en los gobernadores que no le son afines y que se han manifestado inconformes tanto con el manejo de la epidemia como, sobre todo, con el convenio fiscal entre la federación y las entidades federativas, cuya modificación en favor de estas últimas restaría fuerza económica al proyecto Lópezobradorista.

La cabeza visible de los gobernadores inconformes es Enrique Alfaro, de Jalisco, quien se encuentra bajo ataque, sea porque es quien más ha confrontado las medidas para contener la epidemia de Covid-19, porque fue cercano colaborador del actual presidente en sus campañas de 2006 y 2012, lo que a decir de Dante Delgado Ranauro en su segunda misiva personal dirigida al Presidente, le permite conocer muchas cosas de López Obrador, lo que por cierto no ayuda en nada a atemperar los ataques contra Alfaro.

Es innegable que con su actitud de confrontación de las políticas federales, Enrique Alfaro aparece ahora como un potencial candidato a suceder a López Obrador en la presidencia, con la condición agravante de que no milita en Morena, porque no aceptó la invitación que personalmente le hizo el actual presidente, un agravio más que puede ser cobrado.

La exigencia presidencial es un falso dilema, una falacia, porque reduce la concepción social al blanco y negro, sin permitir los matices que, por regla general, son los que enriquecen la visión de futuro.

Es una apuesta muy alta y aventurada que expuso la intolerancia del presidente a la crítica y evidenció su radicalización política. 

La adscripción obligada al bando de los liberales o al de los conservadores es un llamado abierto a la división, y tarde o temprano a una guerra que nuestros antepasados ya pelearon y perdimos todos; y es además contraria al pluralismo que, como la tolerancia, es fundamento de la democracia. 

En suma, parece que vivimos el retorno al régimen autoritario.