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Opinión

¿Venezuela? No, Colombia de los 90’s

Fórmula Legislativa.

“Cualquier Estado intenta deslegitimar la violencia ajena a sí mismo, pero en ningún caso deja de hacer uso de la violencia para auto sustentarse”

Ciudadano 014-Q en Píldoras de Filosofía

Porque lo considero una sana costumbre que me permite un intervalo de reflexión y análisis, no escribo sobre los hechos apenas ocurridos. Hacerlo así  es propio del reportero que narra lo acontecido en el día a día, pero el escudriñar los orígenes, las causas y las consecuencias de un acontecimiento requiere de un mínimo de tiempo para la reflexión sosegada, a fin de descargar el análisis de un contenido emocional que puede llegar a desorientar las conclusiones.

Hoy haré una excepción y correré ese riesgo, como asumiré también el riesgo de ser tildado de conservador y adversario de la 4T, como instruyó ya el presidente en su conferencia mañanera.

A mediodía del pasado jueves, mi ciudad, Culiacán, sufrió un retroceso de años en su afán de ser un buen lugar para vivir. No sé a ciencia cierta si fue imprudencia, sobreestimación de capacidades, desconocimiento del territorio y de su gente o falta de inteligencia, tanto de aquella que consiste en acopiar toda información que se relacione con un operativo, como de la otra que comprende la claridad y la prudencia para ejecutarlo, incluyendo las consideraciones relativas al lugar y el momento de su ejecución, pero la detención de Ovidio Guzmán en la zona más concurrida de la ciudad, pletórica de áreas residenciales, edificios multifamiliares y de oficinas, plazas comerciales, restaurantes, bancos, jardines de niños, primarias y secundarias, fue una imprudencia, un error estratégico que puso en riesgo real a cientos de miles de personas.

La solución al desatino fue otro desatino: liberar al detenido cediendo al chantaje de sus cómplices, lo que fue reconocido en la conferencia mañanera de este viernes por el presidente López Obrador, con el consabido señalamiento de que todo aquél que no esté de acuerdo con la estrategia de seguridad es un conservador, un adversario de la cuarta transformación. Dijo que su gabinete de seguridad decidió proteger la vida de las personas y que él respaldó la decisión porque “no se trata ya de masacres”, la estrategia de su gobierno es la pacificación, porque la de gobiernos anteriores fracasó porque “convirtió al país en un cementerio”.

Una querida amiga jalapeña me comenta que aunque la reconoce cuestionable, le parece correcta desde el punto de vista de los derechos humanos la decisión gubernamental, al salvaguardar la vida de doscientos familiares de los militares encargados de la seguridad en el estado de Sinaloa, a quienes se dice hicieron rehenes de las salvajes amenazas delincuenciales.

Pero quienes vivimos el infierno de ayer no estamos tan de acuerdo con esa posición. Le respondí sin ánimo controversial que estoy de acuerdo en que se protegiera el derecho a la seguridad y a la vida de esas doscientas personas que comparten el riesgo asumido por sus esposos, padres y hermanos al resguardar el orden, pero que a nosotros, al otro millón de ciudadanos de Culiacán, nos convirtieron en rehenes permanentes de esos grupos, a los que el Estado ya no podrá perseguir ni detener sin ponernos en riesgo a todos.

Me pregunté si acaso una estrategia de seguridad no contempla alternativas para solucionar ese tipo de crisis, lo que me parece punto menos que imposible y, en todo caso una falla estratégica imperdonable. Todos los demás habitantes de Culiacán corrimos por nuestra propia cuenta el riesgo de trasladarnos a nuestros hogares para estar con nuestras familias, o nos vimos obligados a resguardarnos durante largas y tensas horas en una escuela, en un supermercado o donde pudimos; de la misma manera nos autoimpusimos un indispensable toque de queda.

La negociación del gobierno con el narco, ya agradecida al presidente por la mamá del Chapo en conferencia de prensa, sienta un grave precedente porque abre la posibilidad de que nuestra ciudad sea tomada nuevamente cuando se detenga a alguno de los que actúan al margen de la ley, y que ayer demostraron un nivel de fuerza increíble, gran capacidad de fuego, organización y estrategia de movilización; y provocaron la exposición de la debilidad institucional de nuestras fuerzas armadas, único bastión de defensa ciudadana frente a la delincuencia; su rendición.

Sí, es probable que hoy escriba emocionalmente como reacción natural al stress vivido por mí y por mi familia, aún con la angustia que a nadie le gustaría sentir, al leer el mensaje de texto o escuchar la voz de un hijo adolescente de trece años que, solo con su madre en casa, insistentemente pregunta “¿papá, a qué hora llegas?”, mientras busco la ruta menos peligrosa para llegar al hogar.

No, la realidad que vivimos en Culiacán, al igual que la que se ha vivido en Minatitlán, en Coatzacoalcos, en Acapulco, en Tamaulipas, en Sonora, en Michoacán y en muchas otras partes del país, es muy distinta a la que se percibe en el interior de Palacio Nacional.

De poco nos sirve a los sinaloenses y a los mexicanos la visita, obligada además, de un gabinete de seguridad federal cuyo titular Alfonso Durazo viene a mentirnos, diciéndonos que no existe negociación con el narco. ¿Qué es si no la liberación de Ovidio Guzmán? Su liberación no nos protege, por el contrario, nos convierte en rehenes permanentes de la delincuencia, sin esperanza alguna de que el Estado nos defienda.

Quienes acusan a López Obrador de llevarnos a la venezolización se equivocan, por lo menos hasta este momento; pero habrá que pensar si el fallido “Plan de Pacificación” no desembocará en una colombianización como la de los años 90´s.

Ojalá que el presidente no siga jugando a Gandhi y destine una pequeña parte de su tiempo a revisar la teoría del monopolio de la violencia de Max Weber, e identifique la realidad auténtica que vivimos los mexicanos. Es solo un buen deseo.

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