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Opinión

Spots, jingles y votos

Fórmula Legislativa.

Una de los más trascendentes cambios contenidos en la reforma constitucional de 2007, fue la profunda modificación del modelo de comunicación electoral, al prohibir a los partidos políticos la compra de tiempos en radio y televisión, y a cualquier persona física o moral realizar propaganda por estos medios a favor o en contra de partidos y candidatos.

Hasta antes de esa reforma, las empresas de radio y televisión recibían durante las campañas un enorme ingreso proveniente de la propaganda de partidos y candidatos, pues los concesionarios y permisionarios establecían para la promoción electoral, precios significativamente superiores a los que aplicaban a la publicidad comercial.

Para compensar la afectación que esta prohibición representaba para la propaganda electoral, se dispuso que los partidos realizaran esta actividad exclusivamente en los tiempos que los concesionarios están obligados por ley a ceder al Estado Mexicano.

Esa es la razón por la que desde hace diez años los mexicanos somos literalmente bombardeados por millones de spots políticos en radio y televisión, que durante el presente proceso y según lo informado por el INE, alcanzarán la estratosférica cantidad de 55 millones 600 mil anuncios, de los cuales contendrán propaganda de partidos, precandidatos y candidatos, nada más que 33 millones 300 mil, pues los restantes 22 millones 300 mil contendrán mensajes del propio INE, de los Institutos Electorales de los Estado, del Tribunal Federal y los tribunales locales electorales y de la Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales, Fepade.

Se supone que los spots radiofónicos y televisivos están destinados a crear en los ciudadanos una mejor conciencia sobre sus derechos y obligaciones cívicas, particularmente en lo que se refiere al ejercicio de su derecho y obligación de elegir a sus gobernantes. ¿Pero realmente cumplen con su objetivo? 

En opinión de expertos comunicólogos, sociólogos y politólogos, al igual que los anuncios espectaculares y los volantes, los spots informan poco a la ciudadanía y no son eficaces para que ésta profundice en el conocimiento de las distintas ofertas políticas, en su debate y, finalmente en su decisión de acudir a las urnas y emitir un voto razonado.

Se ha vuelto lugar común el afirmar que la propaganda político electoral cumple una función de promotora de un producto comercial, pues más que analizar la realidad del país, del estado o del municipio, se limita a destacar supuestas virtudes como la capacidad, la experiencia y la honestidad de un candidato, aunque no necesariamente como un paquete de atributos que eventualmente permitirían un buen gobierno o una adecuada representación política, sino en forma aislada. Por ejemplo, se promueve a un candidato por su preparación académica, aunque no se diga nada de su experiencia y capacidad para gobernar.

Es tan superficial la propaganda electoral que se exalta a un candidato –ya sabes quién-  por representar la esperanza, lo que sea que esto quiera decir; porque defiende al país en inglés y en francés, sea lo que sea lo que sus expresiones representen en nuestro idioma; porque toca un instrumento musical; o en el extremo porque baila cadenciosamente, aunque esos atributos sirvan para maldita la cosa a la hora de gobernar. 

Y qué decir de la explotación de nuestra naturaleza bullanguera? Seguramente usted ya escuchó en la radio o miró en televisión y redes sociales al niño cantor que interpreta el himno de un partido que en Sinaloa, no obtuvo en la última elección ni el número de votos necesario para conservar sus prerrogativas. Sí, ese pegajoso jingle musical del movimiento naranja, que no contiene ni el más mínimo mensaje que motive la participación ciudadana, como no sea en el baile.

Tras la intención de crear conciencia ciudadana, el objetivo de los spots era que los  mensajes de los candidatos llegaran a los electores radicados en los rincones más apartados de las zonas urbanas, a los que sería prácticamente imposible alcanzar con las campañas de tierra, pero aun si este objetivo se lograra, el contenido de los spots no aporta nada para convencer al ciudadano de acudir a votar. Por el contrario, su exagerada profusión produce indiferencia porque automáticamente desconectamos nuestro cerebro del oído, para ocuparlo en mejores menesteres.

En entrevista para El Sol de México, Bernardino Esparza, académico de la Universidad La Salle, afirma que un mayor espacio en medios electrónicos tradicionales no garantiza un mejor resultado electoral, es decir, no provoca al voto, porque la información que manejan los candidatos es poco creíble; y porque como ciudadanos quisiéramos escuchar otro tipo de información, y no la vacía y sin sentido que ahora presentan. 

Y agrega que no conoce ningún estudio serio que demuestre que una campaña de radio y televisión aumente el número de votos de un candidato o partido. 

Otro aspecto negativo de la propaganda electoral en radio y TV es el económico. Según datos de la organización de transparencia Fundar, citados por el periódico estadunidense The New York Times, la administración federal actual ha gastado cerca de 2 mil millones de dólares en publicidad oficial en los últimos cinco años, -más de un millón de dólares por día- lo que quiere decir que la propaganda de partidos y candidatos representa una carga para el erario que se suma al financiamiento público, y que puede ser disminuida en forma considerable si se regresa al modelo anterior con controles adecuados y, desde luego, sin agregar un solo peso al financiamiento de campaña.

Valdría la pena escuchar algún spot que proponga y ofrezca este cambio, ¿no cree usted?