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Opinión

Reflexiones sobre la victoria de AMLO

Luces y Sombras.

A la luz de la nueva composición política que emergió en nuestro país a partir de los resultados electorales del 1 de julio último, se han generado hechos y expectativas muy variadas, que van desde las declaraciones sensatas del candidato triunfante y de la llamada luna de miel con el sector empresarial, suscitados durante la primer semana; luego vinieron los anuncios drásticos de la segunda semana; y los enojos, cuestionamientos y críticas de la tercer semana incluyendo las sanciones del INE y las reacciones del candidato triunfante Andrés Manuel López Obrador y de los Consejeros electorales que le replicaron.

Algo preocupante y de cuidado está sucediendo en la política mexicana, porque aún faltan 130 días para el 1 de diciembre de este año, que es cuando asumirán el poder los indiscutibles ganadores de la contienda electoral, y se corre el riesgo de un peligroso desgaste declarativo y mediático, por tantas sobrexposiciones de los principales protagonistas y futuros integrantes del gabinete lopezobradorista, empezando por el mismísimo futuro Presidente de la República.

Los primeros cambios en la  vida pública mexicana, ciertamente se dieron el 1 de julio, pero aún no se le otorga la categoría de Presidente electo; luego entonces en concreto los cambios formales empezarán con la inauguración de la 64 Legislatura federal el 1 de septiembre próximo, cuando rindan protesta los nuevos legisladores y queden integradas las fracciones, los liderazgos, los porcentajes para el voto ponderado, la junta de coordinación política y las comisiones legislativas. 

Entonces se confirmará la verdad política respecto del nuevo poder parlamentario, con  la mayoría integrada por las fracciones de los tres partidos que triunfaron, -que curiosamente en la actual 63 Legislatura son minoritarias-.

Su triunfo fue tan notable y tan devastador que dimensiona  muy bien el impacto y el tamaño de la debacle política sufrida por los otrora partidos políticos mayoritarios y dominantes (PRI, PAN y PRD), lo que hizo cambiar el mapa y el panorama político nacional. 

Al interior de los partidos se  generarán obligados análisis, revisiones, debates, replanteamientos, exámenes, consultas, reestructuraciones, defunciones, resurrecciones y nacimientos políticos. 

No quedarán otros caminos a seguir.

Ahora, cuando todo cambió para todos, las organizaciones  políticas Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Partido del Trabajo (PT), y Partido Encuentro Social (PES); serán los partidos hegemónicos en el Congreso de la Unión. Ciertamente con el advenimiento del nuevo gobierno podría iniciarse una nueva era política en México, pero si no se actúa con prudencia, madurez, equilibrio, tolerancia y con respeto a las ideas y a la pluralidad, el proyecto corre ciertos riesgos para la tranquilidad y para la mismísima vida democrática del país, sobre todo si erróneamente se permite que impere la tendencia de la línea dura y extremista de Morena que es proclive al autoritarismo casi dictatorial, con menosprecio de las organizaciones civiles y con simpatías hacia medidas populistas basadas en programas asistencialistas sin sustento y de gasto excesivo, que no han generado resultados positivos trascendentales a lo largo de la historia en ninguna parte del mundo, y tampoco en nuestro país. 

El más notable ideólogo  político nuestro, Don Jesús Reyes Heroles, calificó, en su tiempo, a esas estrategias como “populismo dadivoso y contrarrevolucionario”; y no hubo quien lo cuestionara entonces, así que las palabras de este gran sabio de la política siguen vigentes. 

Andrés Manuel López Obrador, -quien a menudo cita frases y tesis de Reyes Heroles-, anunció, recientemente, reformas a la relación del gobierno federal con los de los Estados de la República, para cambiar las reglas del Convenio Único de Coordinación con Entidades Federativas, para instaurar un control férreo y central del presupuesto, mediante la creación de Coordinadores estatales de proyectos,  figura relativamente anti federalista que, si no se tienen los cuidados necesarios y los frenos indispensables para ambas partes, podría propiciar encontronazos y fracturas en las relaciones, y el nacimiento de presuntos “gobernadores federales espejo”, -de facto-, que por supuesto no serán del agrado de los gobernadores  -de jure- en funciones (que, por culpa de muchos de ellos, es que AMLO pensó en estas medidas de control y de concentración, para frenarlos en sus desórdenes y corruptelas). Habrá diferencias de intereses y de criterios entre los dos órdenes de gobierno con la intromisión implícita del “Coordinador”, y habrá confrontaciones por la línea férrea que se propone en el manejo de las aportaciones federales a las entidades federativas, ya que está pensado que éstas no ingresarán directamente a sus tesorerías, y ello podría afectar el entendimiento entre el gobierno federal y las de por sí frágiles soberanías de los Estados y los Municipios, pues con la presencia del gran poder real de esos “Coordinadores” sus titulares perderán fuerza política y económica con su pueblo para su óptima gobernanza, y se generará un obvio debilitamiento del gobernante local, porque la gente se acercará más al “Coordinador” que al Gobernador y al alcalde, pues como dijera el clásico: “Poderoso caballero es don dinero”; y en el trance se generarán confrontaciones, dificultades y enfrentamientos verbales, mediáticos y políticos, de pronóstico reservado, que serán nocivos para la buena marcha del desarrollo de las entidades federativas.

Así que en esta asignatura algo habrá de rectificar AMLO.

Sin embargo, debe reconocerse que esta medida  busca frenar el abuso de los malos gobernantes, que han cometido tropelías por irresponsabilidad, corrupción y desvíos no autorizados en el ejercicio presupuestal. 

Los afanes contra la corrupción y la impunidad de parte del futuro gobierno federal son bienvenidos, habida cuenta de los pésimos ejemplos que se tienen de gobernantes que han delinquido, (algunos ya privados de su libertad), pero la sociedad exige más acciones, tanto penales como legales, y medidas para prevenir y evitar, y para revertir y acabar con esa vergonzosa y desprestigiante subcultura.

Capítulos aparte son los relacionados con la seguridad  pública y la nacional, que se perfilan como de los más importantes del futuro gobierno, y del que se adelantan innovaciones dignas de estudiar, examinar y debatir. 

El fracaso de los últimos sexenios en esta materia ha motivado una exigencia mayor de la sociedad en esta materia.

Sin embargo, habrá que transitar con cuidado y con  pies de plomo, pues no es tarea fácil y del dicho al hecho hay mucho trecho, y la terca realidad termina imponiéndose. No todo se puede lograr.

Se trata, sin embargo, de buscar soluciones, de cambiar  la estrategia por una que ofrezca frutos positivos y disminuya la violencia y los homicidios, que no se han logrado en los últimos casi doce años, pues en este tema, como dijera el Doctor José Antonio Meade, vivimos  en el peor de los mundos.

Fue un error del actual gobierno federal, promover desde un principio, reformas a la ley de la administración pública para darle funciones excesivas e inmanejables a la Secretaría de Gobernación, y más aún fue un error político de quienes nos desempeñábamos como Diputados federales de la 62 Legislatura haberlas aprobado.

Por ello, y por el bien del país,  debe actuarse con mesura y con buena planeación, sin ambiciones personales, sin arrebatos y sin ocurrencias, con base en experiencias mundiales y en los resultados obtenidos.

En principio de cuentas deberá reformarse la Ley de la administración pública federal, para dar paso a la creación de la Secretaría de Seguridad y reducirle las funciones a la de Gobernación.

Otro tema importante es el de la pretendida descentralización o desconcentración de las dependencias federales que se busca que sean trasladadas a diferentes ciudades en la República, aparentemente sin reparar en si se cuenta o no con el equipamiento urbano indispensable que pueda atender las necesidades de tales cambios, en términos de servicios en general, vivienda, oficinas, escuelas, hospitales e instalaciones deportivas, y esto ha generado discusiones de consideración que apenas empiezan y no se ve el fin armónico.

Con menos problemas pueden  transitar  las reformas que propicien honradez, ahorro y austeridad ante lo superfluo y los excesos del gasto, pero también en estos temas deberá actuarse con el máximo de raciocinio y pertinencia, pues los problemas financieros del gobierno no se resolverán  comprando menos, sino comprando bien, y no sirve reducir los salarios de los servidores públicos que, de suyo, no son altos y hacerlo podría invitar a aguzar el ingenio para cometer actos de corrupción más sofisticados.

Tampoco es solución evitar gastos para aparentar ahorros, pues se corre el riesgo de  volver obsoletos los sistemas.

Eliminar lo superfluo y los  gastos innecesarios es correcto, pero se debe tener cuidado, pues toda virtud llevada al exceso deja de serlo.

Habrá mayor aceptación de las  medidas anunciadas si se abandona el aparente apetito centralista, autoritario y populista, y si en cambio se alientan el diálogo, el respeto, la consulta y, de paso, el regreso del sano y bien intencionado nacionalismo revolucionario con el régimen de economía mixta (privada y estatal) que consagra la Constitución mexicana, aunque sea con preeminencia privada, y siempre con respeto al estado de derecho, sustentado todo en la unidad en lo fundamental, aclarando que lo fundamental es México. 

Este supuesto lo veo factible  dado el origen priista y la experiencia de la mayoría de los principales protagonistas de Morena, empezando por AMLO. 

En esa dirección son de esperarse ajustes a la política exterior, con fidelidad a los principios constitucionales de no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de las controversias, para volver a ser factores de equilibrio internacional en la región, entre países en conflictos, fieles a la tradición pacifista mexicana, privilegiando los derechos humanos, pero sin alentar  intervencionismos y actuando con buenas maneras y sin agresiones.

Seguramente que pronto se  abandonarán las más recalcitrantes políticas neoliberales, aunque no podrán ser anuladas todas y de tajo, por los acuerdos y los convenios en vigor. 

La pretensión de abrogar la reforma educativa que está mejorando el sistema y elevando la calidad, y que le arrebató el control al Sindicato magisterial, y la idea de revertir la reforma energética  que abrió a México a la inversión privada, nacional y extranjera, serán piedras de toque del nuevo proyecto de gobierno, pero es de advertir que, de aferrarse en ello, se generarán polémicas y debates internacionales de gran envergadura, como también por la intención morenista de suspender las obras del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, que en su proceso de construcción lleva invertidos más de ocho mil millones de dólares (más de 150 mil millones de pesos).

Los cambios se sentirán con  mayor fuerza a partir de que los otrora partidos mayoritarios sientan y sufran la disminución de su fuerza en ambas Cámaras legislativas.

Otras actitudes que anuncian cambios, son de menor envergadura, pues son más cosméticos que trascendentales, como los que tienen que ver con la residencia, la seguridad, el salario personal de AMLO y sus medios de transporte como Presidente de la República.

El anuncio inicial del candidato triunfante señala, como una de sus principales proclamas, es la ambiciosa intención de iniciar una cuarta transformación en la vida de México de cara a la historia, a saber: La primera fue la consumación de la  independencia nacional que, tras cruentas luchas iniciadas en 1810, culminó en 1821; la segunda fue la guerra por las Leyes de Reforma que al triunfo de los liberales instauró la República a la mitad de ese mismo siglo; y la tercera fue la revolución mexicana iniciada en 1910, -la primera de corte social en el mundo-, aún con saldos, retos, desafíos y deudas enormes con la población de mayor vulnerabilidad. Ya veremos qué es lo que se logra a partir del gobierno de López Obrador respaldado por su apabullante victoria obtenida con más del 53% de los sufragios emitidos, además de  contar con la mayoría en ambas Cámaras y con el control mayoritario en por lo menos 17 Congresos estatales de los 32 existentes; lo cual significará mayor poder político y notable  legitimidad jurídica, para gobernar y para promover reformas acordes con sus tesis y proclamas, lo cual podrá representar avances o retrocesos dependiendo de lo que se conciba y planifique en torno a las vías para el desarrollo armónico y de cómo se actúe, para evitar los riesgos para la democracia y para la unidad nacional, por la ausencia de contrapesos y equilibrios políticos, pues se podrían generar tentaciones respecto de controles y de dominios excesivos, intolerantes y autoritarios que a nada bueno conducirían. AMLO podrá ejercer el poder, como ningún otro presidente mexicano lo ha hecho durante los últimos treinta años. Este tema es de cuidado y de preocupación, habida cuenta de que las corrientes minoritarias en el poder legislativo lamentablemente pasarán a ser fracciones de poca trascendencia, y no serán tomadas en cuenta como bancadas “bisagra” para lograr consensos, ya que los que triunfaron contarán con una mayoría absoluta y prácticamente no requerirán de acuerdos o de la ayuda de los votos contrarios para sacar adelante las iniciativas con los cambios que ellos tienen planeados realizar; las minorías allí representadas tan sólo serán útiles para enriquecer el discurso y los debates, y para mostrar civilidad y madurez como corresponde a oposiciones responsables e inteligentes que, en la democracia, siempre han de ser apreciadas y valoradas. 

De allí que sea válido y oportuno alertar sobre el poder excesivo, la intolerancia y el  autoritarismo potenciales, ante la ausencia de contrapesos.

Solamente habría un interesante contrapeso si los gobernadores surgidos del PRI se unen con los de origen  panista, y negocian acuerdos con el presidente de la República para una mejor gobernabilidad.

Por todo lo anterior, no  considero pertinente ni útil escribir sobre las raíces y las razones, tan obvias, de la debacle electoral del PRI, PAN, PRD, MC, PVEM y Nueva Alianza, pues ya se ha escrito demasiado. 

Ya solamente nos falta saber qué harán los partidos políticos para sobrevivir, resurgir, morir y nacer.

Fue claro que el hartazgo del electorado, por errores de los gobiernos priistas, panistas y perredistas, los casos de corrupción y de impunidad tan notables, el deterioro de la imagen del Presidente de la República, Enrique Peña Nieto  y el desprestigio general de los partidos, y el desgaste y desprestigio de la marca PRI, más el aumento en los precios de servicios públicos como la gasolina, el gas y la electricidad; además de las fallidas estrategias gubernamentales contra la inseguridad y la violencia crecientes propiciadas por el crimen organizado; aunado a la pésima comunicación que no acertó en divulgar, con eficiencia, los logros del gobierno federal; más la deficiente conectividad en la campaña de proselitismo electoral, además y de manera notable e innegable, la eficacia del discurso penetrante y conectador de Andrés Manuel López Obrador durante dos décadas, fueron causas, raíces y razones de uno de los triunfos y de las derrotas más sentidas y estruendosas de la historia política reciente, que conocemos y recordaremos  como el devastador tsunami lopezobradorista, en remembranza metafórica del maremoto japonés de hace algunos años.