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Opinión

Modelo económico mexicano

Ad Honorem.

En el sistema social y económico actual, la mayor parte de las naciones, se integran, en mayor o menor medida, a un engranaje mundial. El escenario es el siguiente: tenemos a la vista el predominio de una potencia y la participación de otras, en el control de las leyes del mercado transnacional y global. Sus componentes: la oferta y la demanda, la producción, distribución y consumo, el acaparamiento comercial, el establecimiento de monopolios y oligopolios de bienes y servicios, el sistema financiero especulativo, los préstamos y el control de pagos interminables de deudores a acreedores, etc.

En ese contexto de dominio y acumulación, de enormes asimetrías, se norma la participación de los países y sus economías. Huelga decir que hay diferentes niveles; van desde quienes tienen la supremacía, hasta los dependientes plenos. En el lugar intermedio, se encuentran los países considerados como emergentes, en situación de desarrollo, con algunas fortalezas; hasta el último, las naciones restantes, con posibilidades muy limitadas y tardías.

No es propósito abordar aquí, los dogmas de la ideología política ni pretendemos la discusión del liberalismo, el materialismo histórico, o sobre el socialismo; tampoco los paradigmas del libre mercado, ni del neoliberalismo desenfrenado. 

Asomarnos al tema de sistemas económicos y sociales, es entrar a un laberinto que no deja satisfecho a nadie. Es un asunto complejo, sujeto históricamente, a confrontaciones, entre pueblos y sociedades; con disputas por el tipo de Estado, las formas de gobierno y el control territorial, económico y comercial. Desde hace siglos, la historia nos ilustra sobre este recorrido; que ha ido, desde rutas locales menores, hasta la expansión oceánica y universal.

Desde entonces el planeta ha sido testigo de ásperos eventos, revoluciones, guerras y múltiples alteraciones, que han afectado a las personas y al medio ambiente. Sobre la ideología y la economía se han vertido cualquier cantidad de juicios, en pro y en contra; cada quien esgrime sus razón; lo hacen los gobiernos, la academia, las organizaciones religiosas, el mundo intelectual y los ciudadanos. Lo cierto es que hay un flujo perpetuo de criterios, sin llegar a una verdad única. Por lo mismo, no se trata de entrar a reanudar la discusión de los sistemas socialista y capitalista, con sus diferentes vertientes, filosófica, política, social y comercial, que dividieron al mundo. 

Son muy pocos los países que han dado respuesta satisfactoria en la atención de necesidades de bienestar, educación y seguridad de sus habitantes y en el ejercicio pleno de sus libertades y derechos ciudadanos. Esas naciones están muy lejos de nosotros; en distancia geográfica, en desarrollo histórico social, en evolución política, en formas de pensar y en comportamientos colectivos.

Para los efectos de nuestro país, si es dable pronunciarnos, diremos: ni dominio del mercado, ni todo en manos del Estado. Un modelo meridiano -nada nuevo en México, recordemos que el siglo pasado se aplicó un estado social de derecho, con importantes dosis de éxito, que definieron trascendentes políticas públicas nacionalistas y edificaron notablemente gran cantidad de instituciones de atención a la población, ejemplo de servicio; muchas de ellas, hoy vigentes; asimismo se implementó un modelo de economía mixta con crecimiento y desarrollo estabilizador-. ¡Claro! Otros tiempos y circunstancias que justificaron plenamente el Estado benefactor. En la actualidad existen otros retos globales, con enormes carencias internas, que obligan necesariamente a privilegiar un punto en común, a partir del cual puedan entenderse y unirse recíprocamente, en el despliegue de sus potencialidades, los sectores público, privado y social.

Por las características de la nación, entre otras -distribución diferenciada social y económica con enormes desigualdades-, está comprobada la necesidad de la rectoría pública en ámbitos comerciales y económicos; la participación responsable del Estado social en áreas estratégicas y prioritarias, en la atención de actividades esenciales de sectores y grupos desprotegidos. Igualmente es indispensable la capacidad estatal para impulsar y ordenar patrones del mercado, evitar excesos y desajustes.

Un modelo de desarrollo comprende, entre diversas variables, las líneas programáticas de acción para traducirlas en decisiones públicas. Así, en el caso mexicano, emerge indispensable el desempeño gubernamental para generar condiciones de confianza, con la ciudadanía y con los agentes productivos; promover la inversión y el crecimiento; mover el dinero en apoyo a sectores emprendedores, que consideren la relevancia de los pequeños y medianos, y de manera directa a los trabajadores; en programas de estímulos fiscales y monetarios para la reactivación económica y el empleo. Apenas advertimos cómo las naciones poderosas, de economías abiertas emblemáticas, salieron de inmediato en apoyo benefactor de sus agentes productivos, ¿Acaso el colapso sanitario y sus efectos, no son un ejemplo incontrovertible?

Ya los especialistas en diversas materias alertan con indicadores y proyecciones de los impactos en todas las actividades. En México, en 

el último siglo, no hay precedente, de una depresión económica y social, como la actual. Es drástica ya, la disminución acelerada del comportamiento global y nacional productivo, comercial y social, con posibilidades de recuperación en el mediano y largo plazos.

La aplicación de un modelo económico -cualquiera que sea- y su adecuada conducción, está a cargo del gobierno.  Es una tarea organizativa, técnica, operativa y, particularmente política. Son prístinas sus responsabilidades e irreemplazables sus obligaciones.

El escenario es adverso; el momento es complejo para atender los múltiples temas de la creciente agenda gubernamental. Se han estrechado los caminos a seguir. El gobierno requiere un ejercicio de reflexión objetiva, con sentido autocrítico y de acción inmediata; debe reorientar su actuación, mesurar las formas. Con los problemas en aumento, transitamos a la etapa de regeneración. 

Condición Sine qua non es la participación estratégica liderada por el Ejecutivo Federal. Un gobierno que una y asuma, que no evada ni divida. No caben la ceguera y el autismo gubernamental. Que con talante conciliador esté por encima de menudencias públicas, para generar confianza y opciones plausibles; que adhieran, a su vez, conductas comprometidas corresponsables. Un Estado legitimado para convocar a la unidad y renovar el diálogo nacional.

Cuando hay vocación inteligente del ejercicio del poder, se debe privilegiar a la política, como la vía idónea para promover la acción concertada de los agentes sociales.

Un modelo de desarrollo exitoso requiere visión de Estado. 

Abrir un nuevo tiempo, ¡Hacer política!

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