Icono Sección

Opinión

Elecciones emocionales

Fórmula Legislativa.

En colaboraciones recientes nos referimos al clima de intolerancia política que comienza a enrarecer la convivencia social, como consecuencia de la toma de posición de los ciudadanos en torno a los distintos candidatos a la presidencia de la República; intolerancia que por más que se cargue del lado de los partidarios de ya saben quién, está presente en otras expresiones.

Con cierta sorpresa leí la reacción de un muy querido amigo y activo partidario de Andrés Manuel, coetáneo de la época estudiantil en la Ciudad de México, ante la publicación en Facebook de un video en el que el Papa Francisco se refería al populismo. La descalificación no se hizo esperar y, apartándose de lo políticamente correcto frente a un pueblo mayoritariamente católico, adjetivó a Su Santidad como “El Kaka”.

Con igual sorpresa me enteró casi todos los días de desacuerdos familiares por causa de la preferencia electoral, incluso del caso extremo de una madre que pidió suspender las visitas a la casa materna para evitar la confrontación entre hermanos; y el agarrón en un colegio de profesionistas local, que a punto estuvo de desembocar en violencia física.

Al tiempo de reflexionar sobre el tema. encontré un texto de Don Sergio Orozco en Whatsapp que me abrió el panorama para entender este fenómeno. “Las elecciones –afirma- son procesos sociales (en los que) ganan las emociones, no las razones. Son decisivos el miedo, las ilusiones y el coraje. Para bien o para mal, así son...”.

La verdad, Don Sergio Orozco no hubiera podido expresarlo mejor. Las elecciones en el mundo son emocionales y desafortunadamente alejadas del razonamiento teórico, que es propio de politólogos, economistas y otros profesionales. En este 2018 las elecciones mexicanas son, con fundada razón, extremadamente emocionales como consecuencia del desgaste de la institución presidencial, de la crisis de los partidos políticos, de la desbordada corrupción, de la falta de alternativas de participación que el sistema político ofrece a los ciudadanos.

Las elecciones son emocionales y por esa razón resultan útiles los discursos encendidos, las arengas en contra de la situación política y económica que la sociedad identifica como adversa a sus intereses.

En esa realidad, valiéndose del discurso antisistémico, López Obrador ha logrado aglutinar en torno suyo a la masa -inconforme casi al grado de la insurgencia y la rebelión-, posicionándose firmemente en el primer lugar de las encuestas. A la masa, presa de las emociones, no le importa si el que promete ser su líder, el que encarna la inconformidad, ese que dice haber sido víctima del fraude en dos ocasiones consecutivas, le presenta propuestas irrealizables, o si es señalado por sus detractores de incurrir en incongruencias, o si le llaman “loco”.

Muchos compatriotas que no han visto cumplidas las promesas de otros candidatos, deciden creer como artículo de fe en el caudillo que les dice lo que quieren escuchar, por mucho que parezca incongruente;  están dispuestos a intentar la utopía porque a final de cuentas nada tienen que perder. Y en el extremo, ese sentimiento, esa emoción antisistema que no alcanza el nivel de razonamiento, hace que algunos expresen su intención de votar en contra del sistema “nomás por joder”, es decir, por la emoción ancestral de la venganza.

Pero no solo Andrés Manuel explota la emoción del electorado. También lo intenta aunque con menos éxito, el candidato de la coalición “Por México al frente”, al basar su campaña en la seguridad de que “el PRI ya se va”. Esa afirmación expresa igualmente intolerancia, emoción que también está presente en los calificativos que panistas, priistas y aún ciudadanos sin partido imponen a los partidarios de AMLO, al llamarlos “pejezombies” o simplemente “chairos”.

Este último vocablo fue importado del Perú, Bolivia y otros países sudamericanos, donde se utiliza para identificar un platillo regional, el chayru; en México se ha utilizado desde el siglo pasado para señalar a los adolescentes que supuestamente se masturban, y más recientemente el término peyorativo se aplica a los jóvenes inexpertos, novatos, tontos. Es a final de cuentas una descalificación y una discriminación que no abona a la conservación de una sana convivencia social.

En esa lucha de descalificaciones es donde radica realmente el peligro para México, el peligro de que la intolerancia se empodere sin control y se convierta en hambre,  sed y ánimo de venganza.

López Obrador utilizó la estrategia del miedo al amenazar con soltar al tigre si no le respetan el triunfo y dejó con ello al país con una sola salida: o él es Presidente o gobernará el caos. Lo grave sería que a estas alturas no tenga posibilidad de controlar a la fiera que ya parece estar libre, o que no piense ahora que hacer con ella cuando sus propuestas irrealizables vayan cayendo una a una como castillos de naipes, cubriendo la principal promesa de campaña: “No les voy a fallar”.

Por eso insisto, gane quien gane, no vale la pena el pleito. México nos necesita unidos.