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Opinión

La crisis que devolvió el sentido humano

Ad Honorem.

El mundo actúa vertiginosamente, en cuestión de minutos, horas y días, la población, las organizaciones públicas y privadas y los segmentos sociales que la integran, modifican drásticamente su actividad. Aflora la vulnerabilidad humana y social. Las más variadas acciones y reacciones surgen con rapidez. Algunos exhiben movilidad inusual para atender la complejidad del momento; otros, están en pánico y en paro; procesos, rutinas y cosas se alteran, se detienen, colapsan. 

La aparición de una contagiosa enfermedad recientemente conocida, aún en estudio, se vuelve tendencia y asunto principal de todos los países; la información y las conversaciones son mono temáticas, todo gira en torno a ella; sus causas, efectos y estragos; los cambios que genera la adaptación a las nuevas circunstancias de la vida privada, productiva, colectiva y global. En el mundo, los gobiernos y las sociedades reaccionan a velocidades diferentes. La prioridad se centra en atender la emergencia, el cuidado de la salud; en palear la crisis sanitaria, económica y social, con la esperanza de que el trance pase pronto y se convierta en una historia para contar a las próximas generaciones. 

La situación empeora, al parecer habrá más historias y narrativas de las que pensamos.

La invasión viral y su tormenta inició de manera repentina, no se sabe a ciencia cierta si fue intencional, si es casualidad, si viene de la naturaleza, o será que el mundo exclamó un  “Ya basta, hasta aquí; es tiempo de poner un alto, volver a iniciar”. 

En las últimas décadas, mucho es el daño hecho al mundo, a la naturaleza, a la sustentabilidad. Todos somos responsables. 

La pandemia se movilizó como sombra que arrasa, alcanzando territorios y fronteras, hasta llegar a todas las naciones; sin importar de edad, sexo, religión o condición social. Ataca sin distingo.

Ya países y ciudades se ven rebasados por la situación; muchos actúan enérgicamente para evitar la propagación; otros deciden aplicar estado de alerta; otros, simplemente no comprenden la relevancia del tema. Hay información de investigaciones mundiales en pos de elaborar la vacuna, de experimentaciones en curso, de suministro de anti virales, de fármacos y anticuerpos para la trata y cura del brote epidémico. La respuesta científica, no llegará tan pronto, dicen los especialistas, se requieren protocolos estrictos de seguridad médica. Mientras vemos con asombro como países desarrollados preparan sofisticado armamento militar, pero disminuyen recursos a la salud para ampliar servicios, coberturas poblacionales y prever contingencias.

Es una catástrofe mundial inesperada, excepcional, con efectos devastadores para la población, la sociedad en su conjunto, la economía, y, en general, en las relaciones colectivas. Estamos en presencia de un fenómeno transversal que llega a todos los ámbitos individuales y sociales. ¿Cómo sobrellevar algo así en estos tiempos? la circunstancia demuestra que se vuelve a comportamientos básicos; a resguardarse en casa, a valorar la individualidad, la familia y los seres queridos; a abastecer de alimentos indispensables para un periodo incierto, constreñido a permanecer recluidos evitando el contacto y la exposición. Los lujos salen sobrando; lo superfluo es olvidado; las joyas y vestimentas suntuosas son innecesarias; hay que vestir cómodos para pasar el día en casa; el transporte público muy disminuido en su flujo; los autos se quedan estacionados, el ruido y los motores de las urbes silencian; de lo poco bueno, la contaminación ambiental atenúa; centros escolares de todos los niveles educativos cerrados, y algunos, limitan su tarea a través de plataformas; se cancelan todos los espectáculos y no hay entretenimiento en las ciudades; los lugares de esparcimiento cierran sus puertas; muchos vuelos se cancelan; se reducen radicalmente los accesos en fronteras, y quienes están fuera de su asiento domiciliario buscan con desespero regresar; el contacto físico se evita y se restringe la distancia entre personas; gradualmente la gente se apega a protocolos de higiene y limpieza; quienes pueden trabajan en casa, la tecnología se hace imprescindible, como medio para mantener contacto hacia el exterior; las conversaciones se dan en aplicaciones digitales y redes sociales; las palabras de aliento y los abrazos afectuosos se dan de forma virtual. 

Observamos por distintos medios , historias de sensibilidad y empatía,  de tristeza, desconsuelo, esperanza y superación. ¿Dónde están esas y esos protagonistas deportivos, artísticos y mediáticos que se han enriquecido con multimillonarias ganancias ofensivas, que invaden en el ocio las pantallas y los mercados utilitaristas, que cooptan adormecidas audiencias masivas? Cierto que aparecen algunos, eso sí, mostrándose con mensajes solidarios, o anunciando y promoviendo apoyos económicos. Sin embargo,  la gran mayoría ¿qué han hecho por la población afectada, qué verdadero compromiso social han mostrado semejantes figurines,  por la población afectada y por las ciudades donde residen, que les han brindado todo -algunos de estos lugares están en el centro de la pandemia- donde millones de seguidores los han elevado al altar del aplauso fácil? ¿Continuará la gente que los apoya, aceptando en el futuro el comportamiento y las condiciones de encarecimiento de segmentos de entretenimiento, de deportes y la red de promotores y organizaciones globales que las integran, así como de espectáculos tan costosos; tan desinteresados y distantes de la salud, de la protección social poblacional y de prioritarias actividades de concientización que el ser humano de la segunda década del siglo XXI, requiere para replantear una forma distinta de ver y entender las cosas, de calificar y decidir lo que le venden y consume, de apreciar a los semejantes y recuperar otros valores para conducirnos en la vida? 

Nos alienta el ejemplo de enfermos, sanitaristas, policías, militares, bomberos y voluntarios, convertidos en heroínas y héroes sobre los sucesos dramáticos en los centros de atención, albergues, en la calle y en hospitales. Celebramos también casos de éxito de pacientes que vencieron la enfermedad; de personas que entonan cantos esperanzadores en pisos y balcones, de cultos y oraciones electrónicas; de prohibiciones y sanciones extremas que imponen  autoridades.  Sin embargo, en muchos casos, la muerte arrasa a los enfermos, sin permitir ni tan solo despedirse de sus seres cercanos; para algunos, la videollamada es el medio que permite el último adiós, en la tristeza, con depresión y en soledad.

La emergencia es real, acomete, se hace dramática. La economía mundial se desploma, los mercados financieros mantienen especuladora volatilidad; las monedas se devalúan; el precio de los hidrocarburos cae y cae.

El escenario es oscuro: colapso social, incertidumbre, muerte, enfermedad, desempleo, más pobreza, financiamiento y deudas. Surgen nuevas dudas, nuevas preguntas sin avizorar respuestas. Queda, por fortuna, entre tanta borrasca, la fuerza humana profesional, social e institucional, capacitada y construida desde hace décadas, la fe en la humanidad y el ejemplo de muchas personas, mujeres y hombres, que dan el máximo posible; incansables emergen, trabajan en condiciones peligrosas, difíciles, entregadas a enfrentar el desafío. ¿Acaso será una lección de vida para valorar lo que tenemos?

Son momentos arduos; de apoyo recíproco, de solidaridad, que exigen confinamiento y restricción de espacios; nos queda acompañarnos en la distancia; se ordena la prudencia y sensatez para cumplir las indicaciones clínicas.. Se tiene que distinguir lo que es esencial hoy, y también mañana.

En este momento de pérdida para todos, tenemos la oportunidad de reivindicar nuestra condición humana, conscientes de lo que somos capaces de hacer; del respeto a nuestra persona, al prójimo y a la sociedad. Agradecer siempre a todos los que están participando, de una forma o de otra, en la atención, en la movilidad del suceso y en la tarea riesgosa que asumen. Las circunstancias nos llaman a estar a la altura en esta ocasión de crisis. 

Es tiempo de demostrar porque tenemos derecho a vivir.

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