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Opinión

Ideologización (Parte 2)

Perspectiva.

“Si pudiéramos saber primero en dónde estamos y a dónde nos dirigimos, podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo”

Abraham Lincoln (1809 - 1865)

En un interesante artículo publicado en un diario español[1], José Vidal-Beneyto señala que la guerra ideológica responde a la necesidad de proveer a los seres humanos de razones por las que morir y matar colectivamente, en función de la doctrina y de los intereses de los poderes que les empujan a ello. Con esta afirmación se robustece nuestro postulado de que la ideología y el voto emocional asociado, no demandan un apoyo altamente informado sino exactamente lo contrario, porque de alguna manera es una simple profesión de fe.

Ambas ideas han sido la base de la estrategia de López Obrador para llegar a la presidencia de la república, y siguen siéndolo para el establecimiento y consolidación de la 4T, aún si esto requiere su permanencia en el poder, porque no es impedimento para ello el que reiteradamente haya negado tener una intención reeleccionista, pues siempre que lo ha declarado acompaña la negación con una afirmación: “Voy a durar el tiempo que el pueblo quiera”.

Puede ser que la base de la estrategia a que nos referimos no sea consciente en quienes la ejecutan, porque las ideologías van desde la inconsciencia conceptual hasta la afinada estructuración académica. Por eso no es suficiente el análisis de la personalidad del presidente López Obrador para determinarlo, pues en su ejercicio  comunicativo lo que encontramos con más frecuencia son destellos de ignorancia difíciles de creer, sobre todo si se considera que desde las campañas electorales se han manejado y son fácilmente identificables las tres dimensiones de toda ideología militante.

La primera dimensión es la teoría que describe las relaciones sociales, que en el caso de AMLO revela tintes eclécticos al conjugar elementos del marxismo, como la lucha de clases y la preferencia por la clase trabajadora, con ideas de héroes y pensadores mexicanos como Benito Juárez, Alfonso Reyes y Jaime Torres Bodet, que le permiten hacerla accesible para las masas populares, y aparentemente ininteligible para las clases que detentan el poder económico, así como para las clases medias que una vez más se sienten amenazadas, porque son las más ideologizadas con el sueño social de enriquecerse algún día.

Júarez es para la 4T el emblema de la sana medianía y de la lucha contra la corrupción, aunque de él no se retoma su posición anticlerical y de separación entre el Estado y la Iglesia. De Jaime Torres Bodet y Alfonso Reyes se tomó literalmente la “Cartilla Moral”, con la que se invita a reflexionar sobre los principios y valores como forma de conducir las relaciones sociales, aunque hasta el momento no ha tenido la difusión suficiente ni los resultados esperados.  

La segunda dimensión ideológica de la 4T es la posición política respecto a la forma en que deben ser distribuidos los recursos en la sociedad, plasmada con nitidez en el axioma “primero los pobres”; un planteamiento de tal sencillez y generalidad que ningún destinatario tiene dificultad para entender; ni siquiera en el ámbito de los conservadores del neoliberalismo, porque bajo ese sistema se polarizó la distribución de la riqueza nacional, generando por un lado un muy reducido número de grandes capitalistas, y en el extremo millones de personas que en el mejor de los casos si acaso alcanzan un nivel de subsistencia precaria, y en el peor viven en pobreza extrema.  

El pasado 15 de abril José Woldenberg inició su columna en la revista nexos afirmando con mucha razón que, “Por el bien de todos, primero los pobres” es una magnífica consigna. Más aún en un país tan desigual como México. ¿Quién, por lo menos retóricamente, podría estar en contra? En esos millones de marginados radica el alto rendimiento de la estrategia ideologizante, porque con los programas de ayuda económica directa les renace una esperanza casi perdida, no de hacerse ricos, sino al menos  de sobrevivir con dignidad. 

Y la tercera dimensión de ésta, como de toda ideología, es la de los niveles conscientes e inconscientes de su expresión. Y aquí juega un papel preponderante y quizá insustituible la figura personal de López Obrador, quien en el nivel consciente se ha erigido no solo como presidente, sino como un líder que rebasa la expectativa terrenal y se erige en el salvador enviado por Dios para liberar a su pueblo del orden liberal establecido.

En ese ámbito espiritual se ubican las ideas del “rayo de esperanza” y “la esperanza de México” explotados desde las campañas; al igual que la “fuerza moral” que le protege contra todo mal, invocada constantemente incluso como muro para evitar el contagio de Coronavirus.    

Finalmente, la ideologización como estrategia de acceso y como pilar del Poder no es algo que deba satanizarse, y no solo porque haya adquirido carta de naturalización a través de su uso reiterado en prácticamente todos los movimientos de cambio en la historia mundial, sin importar que en todos ellos la masa insurgente da la impresión de ser mayoría, aunque en realidad sea solo una minoría de vanguardia.

Así lo escribió en los albores del siglo XVI Nicolás Maquiavelo[2]: “…Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos…”, lo que con el tiempo se tradujo en la frase también atribuida a Napoleón Bonaparte “El fin justifica los medios”.

Lo que debemos tener por cierto es que aun cuando los objetivos de la 4T no se lograran, la ideologización seguiría funcionando al menos para conservar adeptos durante largo tiempo.

Y es aceptable en una sociedad plural que cuando la causa sea importante, cualquier medio  para lograrlo sea válido, a condición de que se apegue a valores de justicia. Sea incluyente y respete los derechos humanos de todos. A fin de cuentas, la ideologización es un instrumento para reorientar la distribución de los recursos hacia personas reales, no  ideales, y aportarles dignidad de vida.