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Opinión

El Ridículo

Pensándolo Bien.

Edith Sánchez, escritora y periodista colombiana, dice que hacer el ridículo es uno de los grandes temores de quienes se toman muy a pecho su propio ego. Por supuesto que no cometer errores o no mostrar debilidades, especialmente en determinados momentos críticos, puede ayudarnos. Pero si eso no sucede, incluso en esos momentos a los que nos referimos, tampoco es el fin del mundo.

En realidad, solo se hace el ridículo, en sentido estricto, cuando quien comete una equivocación se lo toma demasiado en serio. Si alguien, por ejemplo, no sabe bailar, pero pretende aparentar que sí, puede verse muy ridículo y desatar risas. En cambio, si acepta que no sabe bailar y se divierte con sus propias limitaciones, resulta simpático.

¿En qué radica la diferencia entre una y otra situación? Esto se reduce solo a una palabra: autoestima. Alguien con una autoestima fortalecida siempre es capaz de reírse de sí mismo, porque se acepta. Esto incluye tolerar sus propios errores o equivocaciones. En cambio, cuando lo que hay es inseguridad y falta de confianza en lo que somos, el caer en un ridículo puede ser una herida emocional fuerte.

Todos tenemos facetas o comportamientos torpes o poco adaptados. Es natural. Es suficiente con una distracción o con un pequeño malentendido para que caigamos en ese error o equivocación en términos sociales. Frente a esto, solo hay un antídoto: ser genuinos.

No podemos pretender hacer lo correcto en todas las circunstancias. Lo que sí podemos hacer es trabajar para sentirnos orgullosos de lo que somos, para perfilar un retrato en el que se aprecie una persona íntegra. Esto es, con defectos, virtudes, errores y aciertos.

Podemos llegar a familiarizarnos con el ridículo. Adoptando gestos o posturas absurdas frente al espejo o saliendo a la calle sin arreglarnos demasiado. Poniéndonos algo original que llame la atención o genere sorpresa. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que seguiremos siendo los mismos e incluso estaremos en disposición de acompañar las risas de aquellos a los que les causemos gracia.

Lo más importante es que, cuando nos permitamos hacer el ridículo de vez en cuando sin que eso nos afecte, también descubriremos que así podemos vivir más relajados.

Nada nos hace tan seguros como liberarnos de lo que anticipamos que podrían pensar los demás. (Hasta aquí Edith Sánchez).

Comentario de JPR:

Un momento, el ridículo no es algo que podamos manipular con alguna estrategia. Hacer el ridículo siempre es algo que sorprende, que se escapa de lo que los demás esperan de mí, y es entonces cuando sentimos que nosotros somos los que provocamos la risa de los demás; o sea, que somos ridiculizados.

Practicar la provocación del ridículo hasta que no nos importe reírnos de nosotros mismos junto a los demás, necesita de una actitud de imitación de aquello que los demás hacen o dejan de hacer, inconscientemente, para evitarlo. Lo que implicaría tratar de ser como ellos son: siempre temerosos del propio ridículo.

Ahora, si lo que buscamos es nuestra propia seguridad, entonces la última oración de Edith Sánchez es insuperable: “Nada nos hace tan seguros como liberarnos de lo que anticipamos que podrían pensar los demás”, y así decirle adiós al ridículo…

Piénsele bien y seguiremos platicando.

jperezrobles@gmail.com

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