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Opinión

El populismo: ¿Un riesgo?

Fórmula Legislativa.

Al inicio de la semana anterior, un noticiario televisivo dedicó prácticamente todo su tiempo a entrevistar al dirigente nacional de Morena y virtual candidato de ese partido a la Presidencia de la República en 2018. Andrés Manuel López Obrador aprovechó la oportunidad para presentar un discurso menos beligerante que aquellos a los que nos tiene acostumbrados, seguramente con la intención de que ese cada vez mayor sector de los indecisos en el espectro electoral pierdan el miedo y se sumen a su proyecto.

Con una clase política que adolece de una fuerte crisis de credibilidad, partidos políticos cada día más distantes de la ciudadanía y sus intereses, cámaras legislativas obesas y poco productivas y una figura presidencial erosionada, a lo que AMLO y sus huestes han colaborado en buena medida, todo ello aderezado con un índice de corrupción que ubica a México en el lugar 35 de 167 naciones, no podemos más que pensar en las posibilidades de que éste carismático personaje alcance en su tercer intento la Presidencia de la República, y parafraseando a Marx, decir que “Un fantasma recorre México, el fantasma del populismo”

El más recurrente descalificativo que los opositores y detractores de AMLO le han endilgado es el de populista, aunque ninguno de ellos ha acertado en definir lo que es el populismo. Algunos politólogos lo explican como un movimiento de origen político surgido en América Latina luego de la gran crisis de 1929, cuyas características son la aglutinación de grandes de masas dirigidas por un líder carismático, cuyo discurso central es que el poder lo tiene el pueblo, a quien enfrenta con las oligarquías; una fuerte crítica al imperialismo, y la consecuente exaltación del nacionalismo y el Estatismo.

Lo cierto es que el populismo tiene orígenes más antiguos y multiplicidad de manifestaciones ideológicas que van desde las ideas comunistas hasta el nacional-socialismo hitleriano; pero el común denominador de todas esas manifestaciones es que el surgimiento de los movimientos populistas representan la protesta que los sectores más desprotegidos de la sociedad formulan contra el sistema que les empobrece poniendo en riesgo su propia subsistencia, movimientos que son impulsados por grupos de intelectuales, dirigentes populares, y sectores de las fuerzas armadas, encabezados por un líder carismático y mesiánico.

En palabras de Enrique Krause, “el líder populista arenga al pueblo contra el ‘no pueblo’, anuncia el nuevo amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. Cuando llega al Poder, micrófono en mano decreta la verdad oficial”, lo que nos hace recordar el reciente discurso del líder de Morena en Veracruz, en el que se mostró como el redentor que viene a rescatar a los sufridos y les ofrece un espacio en el nuevo paraíso que con ellos creará.

La experiencia populista mundial y particularmente la de América Latina, nos muestra que el Estado populista es propuesto e impuesto a la sociedad como si fuera el mejor y único intérprete del "pueblo", sin la mediación de partidos, con lo que tiende a abandonar o a controlar autoritariamente la democracia electiva, para realizar por decisión del líder las reformas sociales y exacerbar los sentimientos contrarios al “imperialismo” de Estados Unidos.

En ese sistema, la mayoría de la población permanece fuera de los cuadros políticos institucionales, básicamente porque se regresa a un sistema de partido hegemónico, en el que la idolatría del líder y del Estado se convierte en el sometimiento de la libertad individual. En general, esa mayoría solo tiene una conciencia política mínima y su participación se limita a las elecciones y a las manifestaciones masivas, con lo que se facilitan los liderazgos carismáticos y la manipulación demagógica.

Cualquiera que haya seguido el desarrollo político de Venezuela en los últimos años, podrá identificar esas características, que no son las únicas, pues también identifican a este neopopulismo el complejo de víctima, según el cual todos los males son culpa de otros, y la paranoia anti-neoliberal que se ubica como la causa única de la pobreza.

En su reciente entrevista televisiva AMLO aseguró que no se incrementarían impuestos, y que el desarrollo del país habrá de financiarse con el ahorro de los recursos que ahora consume la corrupción, pero no dijo cuál será el método de combate y erradicación de ésta, lo que suena a demagogia, pues la corrupción no desaparecerá por su simple decreto, como no lo ha hecho en China, Corea u otros países, en los que se ha ejecutado o mutilado a funcionarios corruptos.  

Nadie en su sano juicio puede negar que el sistema actual está agotado y que no se vislumbran vías de solución a lo planteado por el líder Morenista, y nadie ha advertido que de instaurarse un régimen neo-populista en México, la distancia hacia la revuelta social se acorta. El populismo fomenta el odio en la sociedad, al dividirla entre buenos y malos, y el odio es el combustible para la violencia. Ya lo decía Ernesto el “Che” Guevara en su mensaje ante la Intercontinental en 1967, “Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo mortal”.

No sé a usted amigo lector, pero a mí no me gustaría tener “con que” comprar y no tener “qué” comprar al encontrar solo anaqueles vacíos en los supermercados, como desgraciadamente sucede en Venezuela.

¿Podrá AMLO desvanecer mis temores?

Jacinto Pérez Gerardo

Director General de Capel Consultores, S.C.