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Opinión

El nuevo zimmermann

Fórmula Legislativa.

En un artículo publicado a principios de este mes en el diario estadunidense The Washington Post, la periodista Frida Ghitis mencionó que uno de los precandidatos presidenciales de México recibe apoyo -un impulso inesperado, lo llamó- de los presidentes de los Estados Unidos y de Rusia.

En el primer caso se puede decir que los constantes ataques de Trump contra nuestro país, las amenazas de cancelar el TLC y de deportar a cientos de miles de compatriotas, incluidos los dreamers, además de la irracional demanda de que el gobierno mexicano pague el costo del muro fronterizo que sueña construir, generan una presión inusual sobre el gobierno priista de Enrique Peña Nieto, lo que ha sido y es bien aprovechado no por uno, sino por los dos precandidatos opositores al PRI, que prometen defender o dicen haber defendido a México.

En relación con la presunta injerencia Rusa, Ghitis asegura que la cadena de televisión oficial RT de aquél país ha incrementado sustancialmente la cobertura del precandidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, y que su fuente de información se ubica dentro de su equipo de campaña.

Antes de que se publicara el artículo en el Post, una declaración atribuida el asesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, H.R. McMaster, ya había puesto  atención sobre la supuesta injerencia. El importante asesor había afirmado a mediados de diciembre, que el gobierno norteamericano había identificado señales iniciales de injerencia rusa en la carrera presidencial, a través sofisticadas campañas de subversión, desinformación y propaganda.

Aunque no se detallaron esas “señales iniciales” ni se aportó prueba alguna, no es nada difícil que la semilla del “compló” germine en la fértil imaginación de muchos mexicanos, sobre todo porque en el país del norte se realiza ahora una investigación que involucra a personajes muy cercanos al Presidente Donald Trump, incluido Jared Kushner, su yerno y mano derecha, acusado de ser intermediario para que la campaña de su suegro recibiera el apoyo del gobierno ruso.

Por lo pronto, la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Instituto Nacional Electoral, manifestaron públicamente que la versión que acusa la injerencia rusa no tiene sustento, pues no existe evidencia alguna ello. 

Con candidez, el consejero electoral Marco Antonio Baños dijo que el INE no ha detectado apoyo extranjero a ningún aspirante y que los sistemas informáticos del instituto están blindados ante intentos de hackeo; y añadió que no tienen ninguna evidencia de que alguno de los aún precandidatos esté recibiendo apoyos de esta naturaleza. Y digo que con candidez porque es obvio que si un gobierno decide intervenir en las decisiones de otro país, lo hará con el mayor sigilo y sin dejar rastro de su actuación.

Lo cierto es que lo expresado por las autoridades seguramente no alcanzará para evitar que el tema sea utilizado por tirios y troyanos durante las campañas, ya sea que el hecho se menosprecie o se denuncie como un nuevo complot contra el precandidato involucrado, o que desde el campo de sus oponentes se pretenda utilizar como arma de la guerra sucia que ya asoma en las precampañas. 

Por lo menos ya lo intentó el flamante vicecoordinador de prensa de la precampaña de José Antonio Meade, el expriista y más recientemente expanista Javier Lozano, quien aseguró que la injerencia rusa en el proceso electoral mexicano para beneficiar a Andrés Manuel López Obrador, es real, por lo que no se debe echar en saco roto un posible ataque cibernético y la difusión de noticias falsas para generar caos.

Con independencia de la veracidad o falsedad del trascendido, lo que nadie podrá impedir es la mancha en la precampaña y en la campaña de López Obrador, pues el tema seguirá creciendo en la misma proporción en que AMLO se mantenga como puntero en la contienda y sus oponentes encuentren dificultades para avanzar en la preferencia ciudadana.

Aún en el supuesto de que por fin resultara triunfador, la presunta conexión con el gobierno de Vladimir Putin lo seguirá durante todo su mandato, equiparándolo con los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Cuba; pero si por tercera vez es vencido, se irá a su rancho, no sin antes acusar a la mafia del poder de haber inventado la especie para perjudicarlo y de cometer fraude, como ya lo hizo en 2006 y 2012, a menos que decida dar la batalla mediante la insurrección ciudadana, lo que se  interpretaría como ratificación de la injerencia extranjera.

El revuelo que el artículo y las declaraciones a los que nos referimos al principio han generado, nos obliga a preguntarnos si el ambiente político internacional retornó a la situación de los años de la guerra fría, cuando, cual jugadas de ajedrez, los gobiernos ruso y norteamericano se disputaban pieza a pieza el control de los países del mundo, sin importarles el daño que a sus poblaciones les causara.  

La estratégica posición de México como vecino de los Estados Unidos y el estar siendo vapuleado por el Presidente de aquél país, lo convierte en apetitoso botín de quienes impulsan el populismo en américa latina, lo que nos hace recordar la situación en que México fue puesto frente a la primera guerra mundial con el envío del famoso telegrama Zimmermann.

El 16 de enero de 1917, el ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán,  Arthur Zimmermann, remitió a su embajador en México un telegrama en el que le instryó acercarse al Gobierno mexicano para proponerle formar una alianza en contra de Estados Unidos, a cambio de lo cual Alemania le prestaría asistencia financiera y armamentística para que México recuperara por la fuerza los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona, que había perdido con la Intervención estadounidense en México debido a los Tratados de Guadalupe-Hidalgo de 1848. 

El telegrama fue interceptado por la inteligencia británica y con ello se apuró la entrada de los Estados Unidos en la guerra.

Es cierto que existen en México suficientes factores internos que por sí mismos impulsan las aspiraciones de López Obrador, como la profunda inconformidad ciudadana hacia los partidos, los políticos tradicionales y el gobierno, que la población asocia con la corrupción, y que harían innecesaria una injerencia extranjera de cualquier signo u origen, pero sería irresponsable no ponerle atención e investigar esas “señales iniciales”.

Se puede pensar que el principal interesado debería ser el gobierno de los Estados Unidos, pero debemos preguntarnos si en ese supuesto México estaría exento de problemas. 

Si la sombra de Vladimir Putin ya se cierne sobre otros países de américa latina, nada le impediría avanzar sobre México para asediar a su principal objetivo, y la reacción de éste puede ser de pronóstico reservado.


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