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Opinión

Democracia priista

Fórmula Legislativa.

“El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros”.

Ambrose Bierce

El destino volvió a alcanzar al Partido Revolucionario Institucional y probablemente lo haya rebasado dejándolo en el camino, luego de la renuncia de José Narro Robles, Secretario de Salud en el sexenio pasado, ex rector de la UNAM y quizá el cuadro más prestigiado del tricolor en este momento, no solo a contender por la dirigencia nacional, sino también a una militancia de 46 años.

El motivo de Narro, según su propia expresión, fue que “en el PRI no hay democracia interna”, y que la cúpula integrada ahora por once de los doce gobernadores que aún le quedan a ese partido, convirtieron en su candidato oficial a su par el exgobernador de Campeche, Alejandro Moreno “Alito”, para que se convierta en el nuevo dirigente nacional del partido.

Dijo que el 27 de mayo fue convocado al término de una reunión que tuvieron 11 de los 12 gobernadores priistas –no asistió la sonorense Claudia Pavlovich-, donde le informaron que habían decidido cerrar filas con el proyecto de Alejandro Moreno, y agregó que no recibió explicaciones, pero tampoco las pidió. Narro les reiteró que dicha decisión era equivocada y que la forma en cómo se estaba llevando a cabo era la peor de todas.

No es remoto que al no contar con la conducción de un Presidente de la República que los controle y los guíe, los gobernadores priistas aspiren a convertirse en el fiel de la balanza colectiva, y pretendan utilizar el partido como instrumento para compartir con López Obrador el poder presidencial, o al menos como moneda de cambio para obtener beneficios para sus estados o para ellos mismos; pero no deben olvidar que para eso necesitan un partido fuerte, que en los tiempos actuales es imposible de construir con los viejos moldes de la política

Quienes equiparan la biología con la política, cual positivistas del siglo pasado, hablan de un ADN priista como una predeterminación para la trampa que permite a sus cuadros dirigentes, formales y no formales, colocar sus piezas en lugares estratégicos para el juego; algo de lo que el Doctor Narro debió estar consciente con tantos años de militancia y de conocer las reglas no escritas que se aplican al interior de ese instituto político.  

Es probable que como yo,  el ex rector confió en que luego de las elecciones locales de 2016 cuando el PRI solo ganó la gubernatura de Sinaloa, y de la contundente derrota de hace casi un año en la que perdió la Presidencia de la República, la mayoría en el Congreso federal, las gubernaturas en juego, los congresos locales y una gran cantidad de ayuntamientos, la cúpula priista debió entender que la única vía de sobrevivencia institucional era el regreso a lo fundamental, a las bases fieles, al trabajo de tierra, al abandono de las sempiternas prácticas de engaño y simulación; y ahí su error.

La decisión de renovar la dirigencia partidista nacional mediante un proceso abierto, se antojó riesgosa desde su anuncio, porque era un secreto a voces que en el PRI, como en otros partidos, el padrón de militantes era artificialmente grande; a lo que se sumó el fenómeno de la deserción y cambio de bando que podría convertirse en caballo de Troya, instrumento ideal para materializar la tentación del partido en el poder, propenso a controlar todos los espacios de la política.

El PRI había iniciado recientemente un proceso de refrendo de la militancia con miras a contar con un padrón depurado que le permitiría identificar a quienes se quedaron, y trabajar con ellos una posible refundación; pero el nuevo padrón debía pasar la revisión del INE para confirmar la veracidad y certeza de los nuevos números.

Esa fue otra de las quejas del aspirante, quien denunció que en entidades como la Ciudad de México, Coahuila, Oaxaca y Campeche, tierra de su más fuerte contendiente, y en las cuales dijo sarcásticamente, “se ha detectado una epidemia de priismo”, se habría elaborado un padrón amañado que se infló con 650 mil supuestos militantes, todos ellos proclives a Alito.

El siguiente paso sería, según la lógica más elemental, revisar los documentos básicos para adaptarlos a la nueva realidad, pues su añejo lema “Democracia y Justicia Social” había quedado solo en palabras, ya que su esencia se trasladó al Movimiento de Regeneración Nacional, al menos en lo que a la segunda parte de la frase se refiere.

Narro denunció también lo que calificó como “groseros indicios de intervención del gobierno federal” en favor de Alito, antes acérrimo enemigo de Andrés Manuel López Obrador, y luego su primer gobernador aliado. Ante ello y como es lógico, López Obrador rechazó una eventual intervención de su gobierno en el proceso de elección interna del PRI.

Sin embargo, la intervención pudiera no ser eventual, sino estable y continuada pues el control sobre el PRI provocaría el descontrol y el consiguiente debilitamiento de la oposición en su conjunto, pavimentando el camino hacia la consolidación de un nuevo sistema autoritario de partido hegemónico, similar al que el PRI encabezó casi por un siglo.

Con Narro se fue también del PRI la periodista Beatriz Pagés, en tanto que el exdirigente nacional Manlio Fabio Beltrones anunció que no acudirá a votar en la elección interna del 11 de agosto, lo que sin duda representa un fuerte golpe a la ya de por sí alicaída imagen del tricolor. Falta ver si los hace tiempo anunciados aspirantes Ivonne Ortega y Ulises Ruiz se registran como candidatos ante la Comisión Nacional de Procesos internos, pues de no hacerlo puede haber aspirante único, a menos que surja un aspirante comparsa.

Con todo y sus problemas, el PRI sigue siendo importante para México y para su democracia, sea que convalide una reedición del régimen autoritario o que se erija en una auténtica oposición.

Lo cierto es que se comprobó que en esto no aplica la lógica.