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Opinión

Conferencias matutinas: estrategia de gobierno

Fórmula Legislativa.

“Ser presidente se parece mucho a administrar un cementerio: hay mucha gente debajo de nosotros y nadie nos hace ningún caso”: Bill Clinton

En colaboraciones anteriores mencionamos que la Cuarta Transformación, ese cambio profundo ofrecido por Andrés Manuel López Obrador, pretende ser una auténtica revolución encauzada por un camino distinto al de la confrontación, una revolución pacífica que la haría distinta de las tres anteriores.

De ahí el planteamiento de amnistía o perdón, la decisión de no castigar a los corruptos del pasado, la disposición de no perseguir a los capos de la delincuencia organizada, y la política de no utilizar la fuerza pública contra las organizaciones y movimientos sociales, aún cuando afecten a terceros o a la sociedad en su conjunto y, en el extremo, incurran en la comisión de delitos.

Esta postura gubernamental implica la renuncia al poder punitivo del Estado como medio para rectificar el rumbo de algunos grupos e individuos que desde muchos años atrás han impuesto su interés particular sobre el interés general.

Desde luego, la pasividad oficial anunciada y ya puesta en práctica, tiene como claro objetivo no provocar la reacción de los poderes fácticos y evitar su reacción contra el gobierno; es mantener la gobernabilidad con un costo de perturbación de amplios grupos sociales, lo que solo es posible gracias al históricamente alto grado de aceptación popular del Presidente, que nos dibuja un gobierno unipersonal, un regreso al presidencialismo exacerbado de los mejores momentos del pasado priista.

Hasta cuándo podrá extenderse esta estrategia es algo que sólo se responderá con el tiempo. Por ahora el propio presidente se encarga de dar revolvencia al apoyo popular, argumentando que todas las acciones emprendidas tienen como punto de origen y justificación superior el combate a la corrupción; y agregando el ingrediente de culpar a los corruptos del pasado, las más de las veces sin identificarlos.  

Lo que no parece estar midiendo el gobierno federal es que el ejercicio del Poder desgasta paulatinamente a quien lo detenta, pues cada error o inconsistencia se convierte en una gota de agua que lo erosiona.

Cada día que el presidente pasa en medio de la polémica, le resta puntos a la política de apoyos monetarios directos con recursos presupuestales, porque si bien esta acción puede tener un efecto económico favorable en el largo plazo, no es la vía idónea para combatir la pobreza y la marginación, simple y sencillamente porque la redistribución que tiene que efectuarse no es la del presupuesto, sino la de la riqueza que se produce; y si lo que se reparte no genera mayor producción, cada día habrá menos que repartir.

Por otra parte, el manejo clientelar de tales apoyos puede mantener un grado de aceptación, que de nada valdrá si la base político organizativa no se construye. En tanto la representación política de los adeptos no se institucionalice a través de la consolidación del partido, la posibilidad de la continuidad del esquema de gobierno no está garantizada. 

Hace siete siglos, en su obra “Los cuatro libros”, Confucio sostenía que para que haya buen gobierno debe haber abundancia de comida, un ejército suficiente y confianza de los súbditos en el gobernante, ya que si el pueblo perdiera la confianza en los que lo rigen, el gobierno carecería de toda estabilidad.

López Obrador parece seguir al pie de la letra esta enseñanza, pues si no en abundancia, con los apoyos está generando las condiciones para que haya alimento en la mesa de cada mexicano, y ni se diga del esfuerzo que está haciendo para contar con un ejército suficiente. Baste ver la cantidad de dinero que directamente se destina a las fuerzas armadas, la autorización para realizar un desarrollo inmobiliario privado en el Campo Militar número 1, que no será precisamente de interés social, y la entrega de la administración de lo que pretende ser el aeropuerto de Santa Lucía; pero sobre todo el descomunal poder que habrá de dársele con el control de la Guardia Nacional.

Sólo falta la estrategia adecuada para mantener la confianza de los adeptos, y la que se genera en las conferencias mañaneras puede deteriorarse rápidamente por obra y gracia el propio Presidente que, como lo ha afirmado reiteradamente, dice lo que piensa, sin considerar que en su posición no solo de Presidente, sino de dirigente de esa masa que decidió seguirlo, no siempre puede decir todo lo que piensa, y si debe pensar siempre todo lo que dice.

La nueva revolución sin armas no ha logrado consolidar su equipo dirigente; el Presidente parece no recibir la información adecuada de sus colaboradores, pero tampoco les autoriza para que ellos la proporcionen. Tiene abiertos demasiados frentes y hay un solo general para atenderlos.

El primer frente, el ya cancelado –al menos en los hechos- nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, parece no causar más problemas que los económicos, pero en breve se verá la discusión respecto a la construcción del Tren Maya y la refinería en Dos Bocas, proyectos emblemáticos de la actual administración.

El frente de combate al robo de combustible, con todo y Tlahuelilpan y sus más de 130 muertos, parece haber sido enterrado por lo reducción de los apoyos a estancias infantiles, sin que éstas hayan salido de la atención mediática pese a los señalamientos de corrupción en la CFE, puntualmente desmentidos por los señalados, ni por la polémica del supuesto conflicto de interés en que han incurrido expresidentes al emplearse en empresas extranjeras.

Tampoco la embestida contra las ONG´s y la Sociedad Civil fue suficiente para opacar los inadecuados nombramientos de funcionarios en Conacyt y en Infonavit, que recuerdan al tristemente célebre Fausto Alzati, acusado de falsificar títulos profesionales para acceder a la titularidad de la SEP en el gobierno de Ernesto Zedillo.