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Opinión

Blues para Les Bleus

Contrarreloj.

07/17/2018

«Los 16 hijos de africanos que integran esta selección son el resultado más exitoso de esas migraciones. Hay otros. Durante este torneo, más de 600 migrantes africanos murieron ahogados en el Mediterráneo. Hay triunfos que dicen mucho sobre las derrotas», público en su cuenta de Twitter, el periodista argentino Martín Caparrós, posterior al triunfo de Francia sobre Croacia en la final de la Copa del Mundo Rusia 2018.

El triunfo de Francia también es el triunfo de la diversidad y la integración étnica. Es el triunfo de todos los colores trabajando juntos.  

A principios del Siglo XX la música del África occidental llevada por los esclavos al sur de Estados Unidos dio origen al “Blues”, género que llegaría a su consagración en los años 70’s.  Francia, con una generación de hijos de inmigrantes provenientes de África del norte y occidental, logró capitalizar su primera copa del mundo en 1998.

20 años después edificaría la proeza tal como la concibieron los reyes del Blues con «expresiones funcionales de un estilo con acompañamiento o armonía y alejados de la formalidad de cualquier estructura musical». En ese sentido, los dirigidos por Didier Deschamps rompieron cualquier estructura futbolística en el mundial para erigir su propio ritmo. Nadie ha sabido ganar sus partidos de una forma tan eficaz como lo han hecho los galos.

Pocas veces armar y moldear una enorme generación de futbolistas que coincidan en su gran mayoría en el apogeo de sus trayectorias (un híbrido ideal entre físico fresco y suficiente sabiduría competitiva), no se paga con la conquista de una Copa del Mundo. Lo consiguió España con Xavi, Iniesta, Busquets, Xabi Alonso, Iker Casillas, Ramos, Piqué, Villa y Torres. Lo hizo cuatro años después Alemania con Neuer, Lahm, Kroos, Khedira, Müller, Hummels, Goetze, Boateng y Özil; en un momento conjunto de las carreras de sus futbolistas clave que nunca más volvimos a ver. Y lo ha hecho ahora la Francia de Varane, Umtiti, Lucas, Pogba, Kanté, Griezmann y Mbappé para certificar la importancia crucial de la gestación de una generación de tanta calidad y chispa, poniendo fin –paradójicamente– a la supremacía de los estilos asociativos español y alemán ante, precisamente, una Croacia que ha sido la única selección –de las verdaderas contendientes– que ha basado sus probabilidades de éxito en esta Copa del Mundo, o más bien habría que decir que lo han basado ellos mismos a título individual, en un Modric y un Rakitic que pertenecen a la misma estirpe de dominadores centrocampistas a la que los galos han hecho capitular en este Mundial.

Después de la eliminación de Brasil, Francia encarnaba como nadie el estilo que ha marcado claramente esta Copa del Mundo. Fuerza colectiva, orden defensivo, defensa férrea del área, protección fantástica de todo el carril central, individualidades trabajando a destajo a nivel táctico en lugar de en la búsqueda del lucimiento personal, dinamita en las transiciones ofensivas; un delantero (Giroud) que no ha marcó ningún gol y que tampoco le ha hecho falta para erigirse en imprescindible a través de su trabajo constante para ser un punto de referencia en la salida directa y en la ocupación de los centrales rivales; un pulpo que responde al nombre de Kanté y que además de sacar a relucir sus tentáculos no soltó ni un sólo balón de forma defectuosa en todo el torneo; un torbellino llamado Mbappé que ha supuesto una terrible amenaza muy difícil de contrarrestar para el adversario y tremendamente fácil de encontrar para sus compañeros; y un Antoine Griezmann encargado de ser gestor de ataques y de poner su decisivo pie zurdo al servicio del crucial balón parado, en vez de preferir vestirse de estrella finalizadora como su perfil hacía indicar.

Francia ha sido tan austera en su idea como rica en recursos, ha sacado petróleo de esa combinación en su justo equilibrio para convertirse en un frontón plagado de resortes prácticamente incontenibles y ha hecho un arte de la economización de sus fortalezas. Su robustez defensiva y su “colmillo” y facilidad para aprovechar las ocasiones en ataque –preferentemente explotando espacios–, le ha permitido no comenzar nunca por debajo del marcador y –a excepción del banal partido ante Dinamarca (0-0)–, le ha posibilitado asimismo marcar siempre el primer gol, un aspecto fundamental para su ejemplar gestión de los ritmos del partido y de las alturas a la que este se desarrollaba, que eran con suma frecuencia las que Francia deseaba o, al menos, a las que Francia no le importaba que se jugase, como se pudo deducir del elevado dominio en campo rival que ejerció Croacia en la primera parte de la final. Un sometimiento más visual que concreto. Tan real como infructuoso. 

Francia resistía y esperaba con la seguridad de tener todo bajo su control y de poder y de saber sacar ventaja en cualquier momento propicio a través de su actitud siempre reactiva, contundente, ágil, potente y eficaz.

El futbol es de los futbolistas y Francia tiene a los mejores –en cuanto a combinación de calidad y cantidad–, de todo el panorama futbolístico mundial.

La presente generación –conformada por los 23 flamantes campeones del mundo–, ha sido la quinta selección más joven de las 32 selecciones que han estado presentes en Rusia, con una media de poco más de 25 años. Y por si la proyección de sus figuras ya consagradas no fuese suficiente, cuenta con una fantástica amalgama de jugadores que irá matizando –si la gestión del triunfo se realiza con inteligencia–, su condición de gran rival a batir a partir de este momento con Lafont, Aouar, Upamecano, Rabiot, Maxime López, NDombele, Coman, Augustin y un larguísimo etcétera de futbolistas igual de preparados para seguir reafirmando, solidificando y haciendo más competitivo si cabe el nuevo estilo imperante en el universo futbolístico, al menos a nivel de selecciones. El nuevo estilo imperante que Francia ejemplifica como nadie. La pura y dura imposición en todas las fases del juego de una mezcla físico-técnica que no tiene comparación hoy en día.

Poco importa que su futbol no represente la vertiente más brillante posible del juego, ni la más estética, ni la más seductora o fascinante. Poco importa porque han demostrado que su futbol sí es el más ganador. Y nadie más tiene esa fórmula de una forma tan natural en toda una generación de jugadores y también en sus potenciales sucesores. Francia ha utilizado la bandera del “Blues” para musicalizar una final histórica. Y lo que puede tener ante sí –después de conseguir su segunda estrella–, es la apertura de un ciclo de dominio en el fútbol de selecciones. Si –como ha ocurrido en Rusia–, vuelve a demostrar que está más preparada que nadie para volver a merecerlo. Si ninguna selección da un contundente paso al frente y si Deschamps sabe generar el hambre del que suele pecar quien ya ha sido campeón, esta generación tiene todas las condiciones a su alcance para seguir aspirando a ganar y para seguir teniendo –como esta Copa del Mundo–, aquello que merece.

Twitter: @MGM_Sports