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Opinión

"Un Estado sitiado — la Nación rebasada por su propio crimen"

Balance General

11/03/2025

El discurso oficial repite que México conserva el control del territorio, que la Guardia Nacional avanza y que la cooperación con Estados Unidos da resultados. Pero la realidad en el terreno contradice el optimismo burocrático: los cárteles definen horarios, controlan caminos y dictan la vida pública en amplias regiones del país. La soberanía se ejerce en comunicados de prensa, no en las calles donde el miedo gobierna.

Cada semana hay aseguramientos, decomisos y conferencias triunfalistas, pero el crimen no retrocede, sólo se adapta. Los decomisos de droga crecen en proporción directa al número de zonas donde los ciudadanos deben pagar "cuota de protección". La ecuación es perversa: el Estado celebra golpes espectaculares mientras pierde la guerra silenciosa de la extorsión cotidiana.

En amplias franjas del territorio —de Sinaloa a Michoacán, del Edomex a Guerrero— las organizaciones criminales sustituyen al Estado: cobran impuestos ("piso"), arbitran conflictos, controlan rutas y hasta imponen orden público. Las elecciones municipales se deciden más por intimidación que por ideología. Alcaldes, regidores y policías son rehenes de estructuras que los superan en fuerza, dinero y logística.

Los cárteles ya no sólo trafican drogas; administran economías completas: gasolina, minería, aguacate, transporte, cerveza, construcción y hasta espectáculos. Han diversificado sus ingresos mejor que cualquier Secretaría de Hacienda. Mientras tanto, las finanzas locales se asfixian, y los municipios sobreviven con deuda o miedo.

El fracaso no es sólo operativo, es institucional. Las fiscalías carecen de independencia, los jueces temen por su vida, y las policías municipales son carne de cañón o de nómina criminal. En lugar de una política de seguridad, tenemos una coreografía de "coordinación interinstitucional" que nadie sabe cómo medir.

El rebase del Estado no es una derrota militar, es una derrota moral y política: los criminales entendieron que la impunidad es más rentable que la violencia, y hoy compran voluntades donde antes disparaban balas.

En la economía criminal contemporánea, la extorsión ha sustituido al impuesto predial. El carnicero, el transportista, el agricultor, el empresario y el comerciante pagan una cuota no a Hacienda, sino al grupo que "protege" la zona. Esa recaudación paralela tiene eficiencia, coerción y constancia: tres rasgos que el Estado perdió.

Cuando el gobierno federal admite públicamente que no puede contener la extorsión y que necesita una ley general para enfrentarla, está reconociendo —aunque no lo diga— que la autoridad perdió su función más básica: proteger.

El crimen se ha vuelto más racional que el Estado: tiene jerarquías flexibles, liderazgo pragmático y control territorial basado en resultados. El aparato público, en cambio, se mueve a ritmo de campaña, con cada sexenio reiniciando estrategias y desmantelando lo poco que funcionaba.

La fuerza pública se mide en presupuestos; el poder criminal, en obediencia. La diferencia es que el segundo no rinde cuentas, y el primero ya ni siquiera exige respeto.

México no necesita más Guardia Nacional, sino un Estado funcional, austero y confiable. Requerimos justicia con dientes, inteligencia real y políticas locales sostenibles. Mientras sigamos apostando a soluciones centralizadas y militares, seguiremos "rebasados" por una delincuencia que actúa como empresa, no como enemigo.

El crimen organizado no ha vencido a México por su fuerza, sino por nuestra indiferencia, corrupción y tolerancia.

Cada empresario extorsionado, cada juez intimidado y cada familia desplazada son una señal de que el Estado dejó de proteger para empezar a resistir.

CPC, LD y MI Gilberto Soto Beltrán

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