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Opinión

Tránsfuga

Mondo y Lirondo

Hay un fenómeno político que a muchos indigna, preocupa y enoja. Tránsfuga se llama; para algunos, simple y llanamente, traición. El transfuguismo político describe esa migración de aquel o de aquellos que llegaron a una posición política abanderando las causas de un partido y de pronto se separan y se refugian en otro, las más de las veces, con perfiles ideológicos diametralmente opuestos.

El fenómeno no es nuevo. En Argentina, incluso, este hecho lleva un término distinto, “borocotizar” le dicen, y alude al caso de Eduardo Lorenzo Borocotó, diputado nacional que llega al Congreso en el 2005 bajo las siglas de la Alianza Propuesta Republicana y no solo abandona esas filas, sino pacta con el partido opositor de Néstor Kirchner y conforma un movimiento “independiente”.

Hay países en los que se ha legislado en contra de la tránsfuga, por ejemplo en Brasil y España, sin que ello se convierta en impedimento para que esta práctica continúe. En otros, ha habido vanos intentos. Sin embargo, esto se presenta lo mismo en Colombia, que en Uruguay, en el Reino Unido, en Costa Rica, en Estados Unidos y por supuesto, en México.

Actualmente, a nivel nacional, tenemos casos emblemáticos de políticos que, avizorando el triunfo arrollador de Morena en el 2018, se subieron al carro ganador y en campaña fogosamente despotricaron en contra de los ideales que promulgaron por años y una vez obtenidos los votos que los llevaron a ocupar una curul en el Congreso, les dieron la espalda al partido y retomaron los colores de siempre y hoy están convertidos en los peores enemigos del partido del Presidente y del Presidente mismo.

Lo cierto es que la práctica si bien no es habitual, no debiera sorprender ni a escandalizar a nadie. Sin embargo, debiera existir una ética política que si bien no exige la lealtad a una filiación si lo debiera existir a las convicciones e ideologías propias.

Hay fugas colectivas que obedecen a un resquebrajamiento institucional consecuencia de discrepancia en temas relevantes y contradicciones políticas, y que demandan decisiones coyunturales tal y como sucedió en los 80’s con el PRI y que dieron lugar a la fundación del PRD consolidando entonces a una izquierda mexicana. Pero hay otras -las que llaman a la reflexión- que obedecen a ambiciones e intereses personales.

En Sinaloa, casos recientes convocan a declaraciones diversas sobre lealtad, convicciones y voluntades políticas. La tránsfuga es el juego del poder, son las cartas que se mueven por debajo de la mesa, la demostración que tal y como sostienen algunos, transfuguismo y ética son dos caminos opuestos pero finalmente, muchos pudieran decir: si lo hizo Agustín de Iturbide en aquel famoso abrazo de Acatempan…

Creo que los valores personales determinan el compromiso político y como sociedad poco a poco hemos ido alcanzado la madurez necesaria para reconocer a los chapulines, tránsfugos o traicioneros, cualquiera que sea su nombre y a veces, qui totum vult totum perdit.