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Opinión

México, más allá de la muerte (parte 16)

Ad Honorem

En el lecho de muerte, las últimas palabras de Wolfgang Goethe, fueron: “luz, más luz”, se desconoce si la exclamación del genio literario, versó sobre una solicitud o la descripción del tránsito de una etapa que finaliza y otra que comienza...

En su nutrida producción, el gran poeta, novelista y dramaturgo de Frankfurt, había trasladado su augusta personalidad a sus escritos y refinados pensamientos. Al reconocido prestigio intelectual y literario, sumó a sus palmarés ese magnetismo que extendió a los personajes de sus obras.

El romanticismo alemán fue más que una época cultural. Extendió su espíritu crítico y transformador a las letras universales, traspasando décadas y siglos. Exaltó componentes esenciales de la vida: amor, religión, intimidad, pensamiento. Reconoció al "más allá" con exquisitez literaria y mitológica. 

En el Fausto, se desborda la expresión del sentimiento, pasión y emoción de Goethe, donde una de las figuras centrales es Mefistófeles, el diablo, el temido representante genuino de ultratumba. 

La muerte aparece como un visitante, como un huésped retador e irónico, que no es bienvenido, que deambula entre el engaño y la imposición, entre la suspicacia y la frialdad.

Pero es significativo en la conclusión de la vida, la reivindicación de la dignidad como paso trascendente al dejar el mundo terrenal: "¡oh! dichoso aquel a quien la muerte en el esplendor de la victoria ciñe la frente con la corona de laurel sangriento, aquel a quien el delirio de un rápido vals sorprende los brazos de una mujer amada. ¡Oh! ¿Por qué he caído extasiado, sin aliento, a la vista del poder del gran espíritu que se me apareció?"

Incorpora en los diálogos a Mefistófeles y a los coros celestiales:

"Mirar el más allá no es vedado ¡Qué loco el que dirige allí su vista y piénsase ya estar sobre las nubes!». «El tiempo se convierte en señor, el viejo yace ahí en la arena. El reloj se para...callado está como la medianoche. Cae la manecilla».

«Y pasan las nubes, se apagan los astros. De lejos ya viene la hermana,

¡ya viene la muerte!».

Fausto cerca de la muerte, postrado recibe de Mefistófeles las siguientes palabras: «Pasó y pura nada son exactamente lo mismo. ¿De qué nos va a servir el eterno crear?

Para reducir a la nada lo creado.

¡Aquí todo pasó! ¿Qué sacaremos de ello?

Ha sido todo como si no hubiese sido, y aún, como si fuera, sigue girando el disco. En su lugar, prefiriera yo el vacío eterno».

La infinitud humana, el espíritu de mujeres y hombres en la existencia, como medio y como fin hacia la existencia eterna. La perseverancia con argumentos y errores se proclama vigorosa en la idea de Goethe: «¡El rastro de mis días en la tierra/ en siglos no se borra!». La realidad del momento hecha trascendencia, como legado intemporal. La trascendencia de Goethe, siempre la trascendencia…

¡No disolverse!  Somos ideas y sinrazón, aciertos y equivocaciones; la batalla entre la objetividad y los despropósitos no da lugar, las más de las veces, a la sensata reflexión. Actuamos proclives sin despojarnos de la parcialidad que convertimos en equívocos rutinarios. Es propio de los humanos guiar la conducta por los defectos, aunque en ocasiones, en algunos aparecen las luces de la cordura y las centellas de la virtud.

La realización que antecede al ocaso y el despertar sin engaños.

¡El más allá como territorio inexplorado, dueño de su verdad, de sus reglas…de su armonía!

Continuará…

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