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Opinión

México, más allá de la muerte (parte 14)

Ad Honorem

Superado el último cielo, Beatriz y el poeta acaban de pasar del cielo cristalino, del Primer Móvil al Empíreo. Sí, han llegado al cielo de la Luz, al de lo eterno y absoluto.

"Prosigue el vuelo su tan ardua materia terminando, mostrando en acto y voz su santo celo, prosiguió: Hemos salido del mayor cuerpo, a la pura luz que es este cielo: luz intelectual llena de amor; amor del bien".

"che deduce" 

"l’ardua sua matera terminando, con atto e voce di spedito duce

ricomincio: Noi siamo usciti fore

del maggior corpo al ciel ch’b pura luce:

luce intellettual, piena d’amore; amor di vero ben".

"Es el cielo de la luz intelectual, donde se encuentran la corte celestial y la visión beatífica. Es el cielo de la divina paz. "Y vi una luz en forma de río fluyente de fulgor… de tal corriente salían centellas vivas que por doquier posabanse en las flores", dice Dante.

De esa luz fluvial ha de beber Dante, como se lo ordena Beatriz, a efecto de que sus pupilas, puedan mirar, lo que de otro modo no podría sostener. Y Dante bebe del río luminoso, lo hace con los ojos. 

"Y apenas se mojó en aquellas ondas el borde de mis párpados me pareció que la longitud de la corriente se había convertido en redondez".

La luz se extiende formando una inmensa figura circular, una rosa de luz y fuego "rosa de los beatos", que simboliza el amor divino, cuyos pétalos son las almas entronizadas de los fieles. A su alrededor hay ángeles volando como abejas, distribuyendo paz y amor. Es la morada  de las almas beatas de la que Dante describe las gradaciones de resplandor. 

La rosa es blanca -el color de la concordia, la pureza y la paz- Es una estructura en forma de anfiteatro, en el cual, sobre la grada más alta está la Virgen María. 

"En el cielo está María como antorcha de caridad, como el sol en el meridiano; y allá abajo, entre los mortales, como fuente viva de esperanza".

Dante observa cómo los bienaventurados de la rosa sempiterna, -"sempre verna", siempre primaveral"- tanto los del Antiguo como del Nuevo Testamento, tienen los ojos y el corazón vueltos hacia la Trinidad.

Hasta aquí llega la compañía de Beatriz con Dante; la amada ha ido a ocupar el trono en lo más alto de la rosa del paraíso. Junto a Dante, está ahora San Bernardo, quien será su guía en la última parte del viaje al Empíreo. 

Posteriormente, San Bernardo reza a María a favor de Dante, para ayudarlo a observar la luz de Dios y sostener la visión de lo divino. La Virgen María es mediadora de la gracia especial.

Dante entra en contacto con Dios (Cantos XXXII y XXXIII), quien se manifiesta en tres círculos idénticos que ocupan el mismo espacio, los cuales representan al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo:

"Sino porque la visión se avaloraba

en mi mirada, una sola apariencia,

mudando yo, por mi se trastocaba.

En la profunda y clara subsistencia

del alto lumbre me aparecieron tres giros

de tres colores y de un continente;

y uno de otro como iris de iris

parecía reflejo, y el tercero parecía fuego,

que aquí y allá igualmente se espire.

Ante ese escenario magnífico, Dante es colmado en lo visual e imaginativo. Es receptivo a las fuerzas celestes que sobrepasan sus fuerzas y que permiten que el poeta entre en armonía con la divinidad.

"A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;

mas ya movía mi deseo y mi velle,

como rueda a su vez movida,

el amor que mueve el Sol y las demás estrellas". 

"L'amor che move el sole e l'altre stelle".

La fantasía no es suficiente para alcanzar semejante acontecimiento divino; la aparición luminosa está más allá de la fantasía misma.

Dante queda envuelto en la estupefacción del súbito resplandor de los tres círculos trinitarios; los percibe, aunque no le es posible explicar… queda en el misterio de la eternidad. Dante asume la comprensión de lo absoluto, del amor.

Es el final del viaje extraordinario de Dante en el más allá, consignado en la Divina Comedia. La divinidad como amor intenso, como luz deslumbradora que hace de la visión algo inasequible.

Continuará…

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