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Opinión

Las barbas del vecino

Perspectiva

“Obedecer es el deber nuestro, es nuestro destino, y aquel que no quiera someterse a la obediencia será necesariamente despedazado”.

Thomas Carlyle

"Barbam propinqui radere, heus, cum videris, prabe lavandos barbula prudens pilos" es un proverbio latino de muy extendido uso en nuestro país, que en su versión castellana significa “cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”... una muy prudente sugerencia para los tiempos políticos que vivimos en México.  

Un artículo del periodista salvadoreño Óscar Martínez, publicado el 3 de mayo último en el New York Times, parece decirnos lo mismo, invitándonos a reflexionar sobre el futuro mediato de México, a la luz del más reciente acontecimiento político en su país de origen, que vive un proceso de transformación muy similar a lo que aquí hemos conocido como la 4T.

El periodista narra que en la primera sesión de la Asamblea Legislativa del país centroamericano, luego de que “Nuevas Ideas” el partido del presidente Nayib Bukele logró un triunfo apabullante en las elecciones del pasado mes de febrero, sus diputados destituyeron a todos los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General, órganos independientes ambos que habían asumido su papel de control y equilibro del poder en El Salvador, igual que lo han sido hasta ahora en México, aunque tímidamente, la SCJN, el INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, más no así la sumisa Fiscalía General de la República ni la dócil Comisión Nacional de Derechos Humanos.

El propósito de la medida fue sustituir a los depuestos con personajes afines al titular del Ejecutivo para entregar a Bukele todo el poder, depositando en sus manos el Poder Judicial y el sistema de procuración de justicia, para sumarlos al ejecutivo y el legislativo que ya controla; creando con ello un poder autocrático que, por definición, es un régimen político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación, y se arroga la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad.

¿Puede suceder lo mismo en México?, todo parece indicar que sí, pues la instauración de un régimen populista en nuestro país no es un caso aislado, sino tiene todos los visos de ser una acción concertada internacionalmente por una de las grandes potencias, para replantear el reparto geográfico de los mercados en dos grandes bloques, como sucedió el pasado siglo.

En anteriores colaboraciones expusimos el gran riesgo de que se construya una autocracia mexicana e identificamos algunas de las señales de que se transita hacia ella: primero con el indiscutible control que el Ejecutivo tiene sobre el Poder Legislativo y el marcado interés por conservarlo mediante el triunfo en la próxima elección federal del 6 de junio; segundo con el avance en el control del Poder Judicial mediante la extensión del mandato del Presidente de la SCJN y del Consejo de la Judicatura Federal, que paradójicamente tendrá que ser resuelto por los y las Ministras que lo integran, algunos ya cooptados y otros que seguramente serán susceptibles al chantaje oficial desde la Unidad de Inteligencia Financiera que ya dio muchas muestras de que puede hacerlo; y tercero con la embestida contra el INE y en el TEPJF sobre los que el presidente de la República tiene puesta la mira.

El control del sistema electoral es crucial para el oficialismo y para lograrlo le es indispensable mantener el control sobre el Poder Legislativo, lo cual le obliga a dar la batalla más fuerte y costosa no solo en términos políticos, desgastando y eliminando partidos no afines para crear un nuevo sistema de partidos, sino también en el aspecto económico utilizando los programas sociales y la estructura que los opera, sin descartar eventuales episodios de violencia.

Las señales han sido múltiples y quedaron claras el pasado día cinco, cuando el presidente con fútiles argumentos como el gasto electoral y el voto de los mexicanos en el extranjero, sentenció: “se tiene que renovar el sistema electoral mexicano y esa es una prueba del fracaso el INE. Lleva años manejando presupuesto y no se logra que se faciliten los trámites para que puedan votar nuestros paisanos en el extranjero. Así ha sido siempre. Llevamos como 20 años así, se han hecho foros, se hacen viajes al extranjero, se destina presupuesto y ese es el resultado".

Más allá de lo que suceda el 6 de junio próximo, el sometimiento de las instituciones electorales, incluidos los órganos locales, daría a López Obrador el control absoluto de los procesos electorales y la posibilidad de desmontar el sistema democrático de representación actual, que le estorba para instaurar la muy manejable pero incierta «democracia inorgánica» que ha esbozado desde el principio de su administración.

Ese tipo de democracia es, de acuerdo con el estudioso del populismo en América latina Gino Germani, una participación política no regulada por instituciones, sino ejercida por medio de formas decisorias que simulan una democracia directa, como los mecanismos de voto a mano alzada o las consultas populares no reguladas que se ensayaron para cancelar el proyecto del aeropuerto de la CDMX, la cervecera en Baja California, el tren maya y otros temas, que en su momento vimos simplemente como “locuras” u “ocurrencias”, pero que tenían y siguen teniendo una intención de muy largo alcance y trascendencia.

La participación del pueblo en la toma de decisiones que se practica en las democracias inorgánicas funciona, dice Óscar Martínez, mediante un pastor que logra su objetivo con el auxilio de funcionarios temerosos frente a una sociedad aturdida, enajenada, que es capaz de precipitarse al abismo subordinándose, adhiriéndose a un liderazgo autoritario y en el fondo autocrático.

Desde las campañas del ahora presidente, muchos criticamos la postura populista, pero pocos explicaron que el populismo es una forma de dominación autoritaria que incorpora a los excluidos de la política, a las masas, así como a un conjunto de políticos de izquierda, que no recibieron oportunidad alguna de ejercer un mínimo de poder.

Un populismo que se expresa en la relación directa y constante de López Obrador con sus bases, sea vía las “mañaneras” o de una amplia utilización de los medios, lo que le permite adquirir la figura de “el hombre”, el mesías, el único que puede ayudar a los pobres. Ese control se traduce en la aceptación pasiva de un gobernante autoritario, que paradójicamente ofrece y produce el sentimiento de que se tiene el derecho a participar.