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Opinión

¡Ya chole!

Perspectiva.

“La era de la democracia de partidos ha pasado”.

Peter Mair (“Gobernando el vacío”). 

En este impasse de la contienda electoral para renovar la cámara de diputados mediante la elección de quinientos legisladores, quince gubernaturas y casi veintidós mil cargos en el país, quienes alcancen una candidatura deben reflexionar en la situación actual de nuestra democracia; y entender que una de las principales causas por las que la ciudadanía se apartó de los partidos políticos, sumergiendo al sistema de partidos en la más profunda crisis de su historia, es su falta de congruencia.

A riesgo de expresar una verdad de perogrullo, diremos que estas instituciones dejaron de cumplir con su objeto político y constitucional de representar los intereses de la población, al abusar de un discurso de campaña que no se corresponde con el actuar de los electos. Juegan sucio con la legalidad demostrando lo poco que les importa, no parecen saber qué significa un comportamiento ético y defienden lo que a todas luces resulta indefendible.

Su divisa es el engaño y su caldo de cultivo la ignorancia de los gobernados; sus dirigentes y candidatos mienten impunemente, si ello conviene a su propósito personal o de grupo, dejando en claro que lo que menos les interesa es impulsar las medidas para lograr el bienestar de la sociedad.

Los gobernantes no nos representan porque no nos pertenecen, aunque lo griten a voz en cuello para engañarnos una vez más; solo se pertenecen a sí mismos y a los grupos de interés y de poder a los que sirven, porque la ciudadanía no ha logrado, y me atrevo a decir que ni siquiera ha intentado, convertirse en el principal grupo de poder.

Tuvo y sigue teniendo razón después de su muerte el politólogo irlandés Peter Mair, cuando en la introducción de su libro inconcluso “Gobernando el vacío”, inició con una afirmación rotunda y válida, “La era de la democracia de partidos ha pasado… Aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de ser soporte de la democracia…”.

Los partidos de nuestro tiempo no se distinguen entre sí por la profesión de ideologías diversas, o como las denomina la ley en México, con distintas plataformas políticas; todas ellas son básicamente lo mismo, compendios de ocurrencias a las que se da la apariencia de esperanzas para engañar al votante y obtener su favor. Y los políticos que los manejan padecen del mismo mal.

Cómo entender, por utilizar un ejemplo actual, la incongruencia de un gobierno que tiene la mayor cantidad de mujeres en el gabinete del Ejecutivo, pero que utiliza su principal vía de comunicación para afirmar, con un colorido “ya chole”, que deben detenerse las expresiones que exigen al partido oficial no postular a un candidato a gobernador, a quien se acusa de violación y acoso sexual. ¿O no es cierto que este gobierno impulsa un cambio ético en la conducta social a través de la cartilla moral y la lucha contra la corrupción?

¿Cómo creer en la esperanza del cambio prometido cuando el mismo presidente reduce una situación ética, a una campaña de adversarios para descarrilar un proyecto político?; ¿Cómo creer que al interior del partido en el poder todo es coincidencia, cuando en su Comisión de Honestidad y Justicia se ventila un procedimiento en contra del precandidato al gobierno de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, por violencia política de género.

Es cierto que, como cualquier ciudadano, Salgado Macedonio goza del derecho a la presunción de inocencia; y también lo es que en tanto no exista una sentencia firme no puede impedirse jurídicamente su registro como candidato. Pero no se trata de que el presidente de la nación y el presidente del partido se conviertan en jueces para condenar o eximir de responsabilidad; se trata de mostrarse sensible al tema del abuso y no optar por una defensa que va irremediablemente en contra de los intereses de su partido, no solo en Guerrero, sino en toda la nación.

La postura defensiva del presidente de la República, de la que deriva la de su gestor oficioso en la dirigencia de Morena, no se corresponde con la de un dignatario, pues coloca el interés de un individuo por encima del interés de las presuntas víctimas; y aún más, lo sitúa sobre el interés de todo un género que ha sido históricamente discriminado, violentado, reprimido, y que está harto de este tipo de realidades y que, por si fuera poco, representa el 52% del padrón electoral nacional.

¿Cómo aceptar que el propio presidente ponga las encuestas por encima de las acusaciones, por encima de la calidad moral que deben tener los candidatos de Morena? ¿Se trata entonces de ganar una elección dejando víctimas regadas, y además bajo el riesgo de re-victimización por venganza, cuando el impresentable precandidato acceda al poder?, porque las amenazas ya están presentadas.

En lo que sí tiene razón el presidente López Obrador es en su afirmación de que “el pueblo no es tonto”, y así como pasó factura a los abusos del pasado, las pasará al actual gobierno si éste no se pone de su lado en todo, pero principalmente en lo que a justicia y ética se refiere. Y tampoco son tontas las mujeres, que actuarán en consecuencia en las urnas.

La sociedad espera que en lugar de defender lo indefendible, se mande un mensaje de que el cambio ético va en serio, que Morena no es lo mismo que los de antes y por ello no será tapadera de nadie. Se espera que por lo menos se impulsen iniciativas para que delitos como el de violación se declaren imprescriptibles, que se ataje la impunidad y se impida por todos los medios entregar poder a los abusadores o violadores.

Tienen razón las mujeres, ya chole. Pongámonos las pilas para rescatar con ética y pasión ciudadana el sistema de partidos que es base de nuestra democracia. Hagamos de ésta, más que una idea, una realidad que beneficie a todas y a todos.