Icono Sección

Opinión

El teatro sublime de la política (Acto III)

Ad Honorem

Al gobernar se califican cualidades, defectos y resaltan las ideas -¡cuando las hay!- En la acción pública, además de desarrollar un rol, se representa con mérito un personaje, con gallardía y convicciones. La trascendencia política consiste en afirmar un carácter. La historia es reveladora en todas las latitudes del mundo, de ejemplos dignos de mujeres y hombres que, en la volatilidad de las circunstancias o los barruntos de la adversidad, han guiado los asuntos públicos con templanza y firmeza. Han conducido la acción gubernamental hacia un destino promisorio para sus comunidades. 

En la teatralización hay lugar, tiempo y acción; las escenas varían, cambian los personajes. Sociedad y gobierno se vinculan, sea como espectadores, ya como protagonistas. La representación encima de las tablas, en la luminosidad del escenario, o en la penumbra; cerca o lejos de la realidad histriónica. En la analogía, audiencia y actores y en los límites de la verosimilitud, unidos en el arte, sus misterios y efectos.

Es el punto de encuentro donde se congregan, los caracteres que dan forma y sentido a las personas convertidos en personajes, en protagonistas. Resaltan quienes son, sus limitaciones, temperamentos, complejos, y alcances. 

El teatro es siempre un espacio para el arte; lo fue antes, tuvo consagración escénica, oral y escrita. Hubo quienes lo atribuían al designio y participación de los dioses. El mismo Olimpo era espacio de la teatralidad: pasión, amor, pensamiento, genialidad, interés, poder y fuerza. 

El teatro de la política ocupó su lugar, sentó sus reales...cobró fuerza y esplendor, engalanó los diálogos públicos para atemperar la rudeza del poder. La divinidad que quita y da. Los dioses que otorgan el poder a su antojo. En su herencia, hay que identificar, el carácter sublime de la política: las virtudes obran en los sentidos, pensamientos, asociaciones y reacciones humanas.

La política es plataforma y centro de representaciones concertantes, provechosas o encubiertas; propicia para el desarrollo de personajes ortodoxos, originales, impredecibles o indeseables; lugar de esplendor, mediocridad o decadencia; espacio de lenguajes rigurosos, incorrectos o ambiguos. 

Lo vivimos a diario. Es lugar de engaños y desengaños. Está a la vista. Juzgue usted, por acertado o equivocado que esté, ¡cuestióneselo!, de algo se debe dar cuenta. Las miopías crónicas o deliberadas no cancelan las verdades. Se entiende que no las asumimos para no formar parte del engaño, para sentir que no nos engañamos, aunque la realidad es otra, la verdad es otra, y no queremos salir de ella.

¡Ah, pero en política todos creen tener la razón!, nuestras predicciones son las más acertadas, y cuando erramos, la memoria se encarga de olvidarlo rápidamente; confiamos en que las valoraciones son las correctas...y las mejores. En el mundo de la insensatez caben los excesos... y las inconsciencias: nadie se equivoca... y cuando llegan los desenlaces por insensibilidad, ineficiencia, traición o corrupción, de inmediato surgen desmarques por aquí, deslindes por allá. Se acabó la equivocación. ¡A lavarse la manos, que las mías están siempre limpias! Al cabo que ya hay otros que ejercen el poder, que están al mando de las decisiones políticas y los alcances públicos. Cabe reconocer que siempre destaca la caballerosidad y damisidad, de unos y otras, -que son los menos-, que mantienen firme su postura, leales con los compañeros y amigos, corresponsables con las causas. 

Los antes encumbrados han fallado, pasan a ser acusados; nadie quiere que los relacionen con ellos; y el dedo flamigero de la opinión pública, de la sociedad y de aquellos que siempre están al acecho, -aunque se hayan beneficiado, como suele ocurrir-, apunta firme hacia los denostados. La condena pública y su celeridad, sin derecho de audiencia, sin debido proceso, previa a la legalidad, a la lenta justicia. 

Continuará...

MÁS DE Alger Uriarte Zazueta