Icono Sección

Opinión

Sin elocuencia, Gobiernos distantes de la retórica (parte 2)

Ad Honorem

Es necesario restablecer el debate en el campo público. La discusión se enriquece, si motiva revisiones, cuando contrasta opiniones o esgrime fundamentos. La polémica tiene causa y efecto; permite sostener posturas distintas y afirmar criterios; replantea contenidos, genera propuestas y concreta acuerdos.

Hablar alcanza un nivel relevante en la comunicación; entonces se convierte en un ejercicio exigente, con reglas, ritmos y propósitos. La retórica como arte, por medio del cual, el orador, con base en razones y transmisión de emociones, incide, construye, persuade y se persuade así mismo. En sus logros llega a trasladar a los escuchas el desafío de ceñirse a los conceptos vertidos e incluso a compartir propuestas y definiciones. Aún más, al articular ideas, diseñar proyectos y medir tendencias, se coloca en la aptitud de tomar decisiones.

El discurso público ocupa un lugar estratégico en la concepción del liderazgo. Constituye un elemento clave para el ejercicio de la autoridad, del poder o de la influencia política. Ideas, vocabulario, acento y gesto, se convierten en herramientas indispensables en el desarrollo de habilidades para la comunicación pública y el activismo político directo. 

La integración de estas potencialidades, representan de manera acabada un modelo para hacer las cosas posibles, para hacer compatible el trabajo persuasivo; desde las ideas, apuntalar convicciones y emprender propuestas plausibles; alcanzar la efectividad en la atención de los asuntos públicos...en la buena gestión de la producción política. 

El político convertido en estadista que aspira a cumplir con sus cometidos, debe decidir, entre los inconvenientes que caracterizan gobernar; pronunciarse sobre los mejores hechos y más saludables y las palabras más verdaderas y justas; pero debe imprimir constante­mente en sus palabras y en sus actos, la firmeza de autenticidad que acompaña el deber asumido.

El político tiene invariablemente un compromiso esencial con la palabra.

¡La política se eleva a una filosofía comprometida con el pensamiento y la palabra, ligada a hechos y realizaciones!

La época de la elocuencia quedó en el recuerdo. Los ejercicios de la buena oratoria serán para otra ocasión. La belleza de su arte parece en el abandono. La retórica, el arte de hablar, convencer y conmover, reconoce las mayores exigencias de los asuntos colectivos. Es la expresión pensada, más acabada, que orienta y ordena ideas con arreglo a la razón. Es la fuerza de la palabra que comunica, transmite y persuade mediante imágenes y conceptos de interés público, valorada como virtud ciudadana.

La elegancia en la manera de hablar lleva a elevar el trato en el reconocimiento al interlocutor, al oyente, que es grandeza en el trato y reconocimiento a sí mismo. Ante la indiferencia o el desdén por las buenas prácticas, rescatar señoríos perdidos inicia con las personas, con la comunicación, con la voz asequible. 

¿Quién dice que no es dado a las mujeres, jóvenes y hombres públicos, y también en la actividad privada, hacer uso exquisito del género retórico, desarrollar pensamientos, buscar un ideal e ir tras él, emprender y en compañía de la palabra caminar con mayor solidez en su quehacer? ¿Qué condiciones se requieren para pasar del entusiasmo, la claridad expositiva y las ideas innovadoras a la acción edificadora?

Hoy escasea la construcción oratoria. Las intervenciones no despiertan inspiradas piezas. Han desaparecido las majestuosas palabras que perduran...

Continuará...

MÁS DE Alger Uriarte Zazueta