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Opinión

Gobierno sin formas ni contenidos

Ad Honorem

Somos testigos de conductas inusuales en el titular de la Presidencia de la República y en la estructura del Poder Ejecutivo. En el México institucional no conocíamos comportamientos como los observados en la actualidad. Quizá nunca vistos en la historia del país. 

Desde el poder se han perdido las maneras aseadas y su lugar lo ocupan las actitudes rupestres; es reiterada la afrenta, el mutis retador, irónico y burlesco. El Gobierno se exhibe belicoso hacia quienes se manifiestan contrarios a sus asuntos o no se ciñen a sus frecuentes despropósitos.

Los estilos y cuestiones de fondo que despliega la rancia transformación gubernamental, han degradado al servicio público. Las cortesías han desaparecido. La urbanidad pública es arrastrada al ritmo del pragmatismo ramplón.

La formación social es un proceso educativo y cultural. En la vida y en la política los buenos modales, el buen trato, están más allá de la moral. Valen quizá, más que la moralidad. Es muy aconsejable en la actividad pública mantener el mínimo civilizatorio, las cortesías más comunes.

Cultura, educación y política siempre tienen lugar para la concurrencia constructiva. 

Se puede ejercer plenamente el poder cuando hay inteligencia, sin necesidad de desfogar conductas inadecuadas que traslucen emociones personales en el quehacer del Estado. En los complejos tiempos actuales y excitados momentos políticos, se juzgan necesarias las precauciones y consideraciones con los demás.

En las diversas áreas del gobierno, en el conjunto de la administración pública, la narrativa fantasmagórica es pobre, sin historias atractivas; a lo sumo, algún refrito de regular gusto, creyendo que son originales. La postura autosuficiente se acompaña de pocas ideas, por lo general, mal explicadas. La apariencia y el lenguaje, desconocen el significado de las expresiones y su uso apropiado.

Entre los afectos cotidianos del Gobierno actual, está esgrimir opiniones precipitadas sobre cualquier tema. Estamos en presencia de una irrupción de incontinencia verbal. Con un desparpajo, sin la menor pena, de la arenga con débil argumentación pasan con rapidez a calificar historias y personas. Atraen asuntos y convierten acontecimientos en juicios sumarios. Se han convertido en pintorescos politicastros.

Su hábitat es el laberinto de la irrealidad. Tienen una marcada orientación por la ficción y cambian con regularidad la responsabilidad por la indiferencia. La opinión es mordaz. El lenguaje es paupérrimo; sin alcances, sustancia, ni calidad.

En México brotan los Gobiernos sin formas ni contenidos.

¿Qué respuesta tendría la señora democracia ante estas situaciones, convertidas en comportamientos distintos? ¿Serán acaso estilos con rasgos peculiares los que se impongan en la forma de conducirse los gobiernos? ¿Es suficiente el mandato de las urnas para establecer patrones coloquiales en la comunicación y actos administrativos?¿El poder público considera nula la exigencia intelectual de la población?

En los ciudadanos está calibrar la continuidad de las formas y el desempeño públicos. Consustancial con la condición ciudadana, es ejercer la palabra y externar opiniones.

¡Los tiempos cambian, ahora surgen en rápida sucesión, más no el compromiso de preservar el interés por buenos gobiernos!

¡Gobiernos con carácter firme, mesurados, con sustancia y acciones relevantes, creatividad y elocución fresca y auténtica!

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