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Opinión

El Estado benefactor (parte 13, conclusión)

Ad Honorem

Todos los gobiernos encarnan valores. En su identidad, estrechan símbolos y costumbres, las propias y heredadas. Hay razones históricas y convicciones para exhibir y defender su legado; promover ideas e impulsar políticas para responder al mandato que exigen las circunstancias del presente.

En ese escenario de ayer, hoy y mañana, se inscribe la formación y desarrollo de un Estado, de la sociedad y su población. El caso nuestro, el mexicano, es abundante en ideas y hábitos, que lo distinguen. El Estado benefactor fue prolijo en cambios; erigió estructuras, modificó procesos, implementó sistemas y armonizó tendencias.

El Estado benefactor acopió una importante riqueza axiológica; su perseverancia en la dinámica social, lo hizo perdurable en la trascendencia generacional. Hemos referido cómo las modificaciones sustantivas se alcanzan de manera incremental. En el transcurso de las décadas, con el rigor de su vitalidad, por medio de reformas e innovaciones, impuso prácticas y rasgos exclusivos que se transmitieron, se desdoblaron, formaron patrones políticos y administrativos.

La tradición política asumida, refrendaba usos y códigos de conducta. Había memoria histórica. Las instituciones públicas y los actores políticos ceñían conductas de acuerdo a las reglas que se dieron, a ellas se atenían. Más que simples normas de derecho, son además, el comportamiento adquirido, asimilado y a diario reproducido por administradores y administrados. 

La mística de la trascendencia entendida como proceso y evolución. ¡Una visión de Estado!

Y en el ejercicio de medios hacia los fines colectivos, el modelo benefactor requirió de la autoridad del Estado, para la observancia armónica, el "power state". Emergió la vocación del Estado proveedor, traducida en servicios, mediante el mandamiento de las leyes sociales.

El Estado en su despliegue benefactor, afirmó su condición prístina: "un ser político", cualidad que le permitió en el ámbito de sus potestades, abrazar una esfera más amplia en sus cometidos.

¡El Estado benefactor está presente! Es parte del patrimonio nacional. Construyó organismos duraderos y permanentes que cubren la existencia vital de ciudadanos ¡Los tenemos a la vista! 

Formó un capital humano comprometido y competente que, durante lustros, prestó -y lo sigue haciendo- importantes servicios de atención social a la población. 

¡Claro, en el Estado benefactor, hubo errores, deficiencias y desviaciones! 

El balance de su existencia está abierto a la exploración. Vive en la historia moderna y contemporánea. Aprendimos de él. Sus lecciones, cualquiera que sea su interpretación, forman parte del conocimiento indispensable sobre la situación en la que nos encontramos. Son una guía necesaria en la práctica diaria de los gobiernos.

Fue adecuado para un proyecto de desarrollo nacional hecho realidad, que se acompañó del dinamismo de la sociedad. Adquirió carácter al ejercer con firmeza y profesionalismo su misión.

Hizo época, ¡existe en el tiempo actual!

Es el sistema de alcance social más trascendente que nos hemos dado.

Más de la mitad de los mexicanos, ¡somos hijos del Estado benefactor!

Su herencia está vigente...generaciones de mexicanos contribuyeron a darle rostro y sentido humano a la acción pública...¡las instituciones!

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