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Opinión

El Estado benefactor (parte 8)

Ad Honorem

El cambio institucional no significa reducir o limitar el aparto gubernamental. Cuando se realiza, implica también extenderlo y abastecerlo. Las transformaciones pasan por ciclos incrementales. Cuando las instituciones cambian radicalmente, las de reciente creación no son completamente nuevas, porque las instituciones son cuerpos dialécticos, vitales, heredan prácticas, costumbres y rutinas. Como organizaciones públicas, nada nace de la nada, todas tienen algún referente y antecedentes.

Las mutaciones en las tareas sociales que el Estado debe incorporar a su dominio, no deben inquietar a quienes están por el Estado mínimo, ni alborozar a quienes pugnan por la "Estadolatría". Se trata de estimular la acción pública con un estricto orden administrativo, financiero y laboral, que es necesario en la atención de ámbitos sociales y comunitarios, en un país de marcadas desigualdades.

La gran experiencia que tuvo México con el Estado benefactor, forjó una escuela pública y social. Siete décadas de notable intervencionismo, permiten ilustrar los errores y aciertos cometidos. 

Al verlo en retrospectiva, no obstante sus limitaciones, el Estado funcionó  como un todo; abarcó una presencia cuasi global. Levantó un edificio público sin precedentes, con una arquitectura propia y una intensa dinámica de acción social.

El Estado mexicano escaló a una etapa de modernización: crea, reproduce, innova. Las lecciones de la historia dejaron enseñanzas. Cimentó una estabilidad anhelada, que le permitió modificar, reformarse y acceder a espacios nuevos y competidos, con la idea de distinguir el presente, para reconocerse a sí mismo.

El paso de los años acumulados se corresponde con un Estado organizado, en el que, la administración con sus grandes intereses, sentó sus reales. Un entramado de acciones universales con la sociedad, que es su voluntad sustancial.

En buena medida, la sociedad se hizo gobierno, se adentró en las instituciones; el Estado se materializó a través de ella. Se generó una exigencia mutua de incesante reciprocidad.

El Estado construyó escenarios, montó sus obras. Realizó un intervencionismo "ad hoc" de acuerdo a sus posibilidades, que lo determina su "razón de Estado", su racionalidad política y social.

Y el Estado mexicano hizo su aparición en la postmodernidad. Las instituciones identifican las circunstancias cambiantes de su entorno y luego se adaptan a ellas. Llegó la transición y las alternancias. Algunas con cierto ímpetu, otras con mayor fuerza, que pronto se debilitan. Hablamos de democracias en condiciones de estado de derecho insuficientes, que se extienden en los años y rematan, ahora en esta segunda década del siglo XXI, con los más elevados niveles de violencia e inseguridad, jamás conocidos.

Continuará...

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