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Opinión

La dama y el libro; diálogo

Ad Honorem

El día es espléndido. El calor y la humedad se han ido con el fin de la estación. El fresco de la mañana estimula los últimos días hábiles del calendario escolar. En el centro histórico de la ciudad, la zona estudiantil se embelesa con la presencia de turistas y la alegría de jóvenes que ocupan los jardines, las calles y cafés. 

En el corazón de la plaza principal, se alza majestuosa la catedral. A un costado, en el extremo que va al paseo peatonal, se asoma con su presencia enigmática de gótico refinado, la biblioteca medieval; su elegante pórtico de arcos repuntados da la bienvenida al público asistente. Hoy tiene un día nutrido de visitas, en el que se dan cita alumnos, profesores e interesados que acuden con asiduidad.

Es un antiguo monasterio construido hace más de cinco siglos. La solemnidad de su arquitectura, guarda similitud con el recato de quienes ingresan al recinto de estudio, lectura y consulta de textos.

Por el pasillo principal del edificio, camina, hasta llegar al fondo, donde se encuentra con la última hilera de vetustos muebles, una dama. ¡Se detiene!

Le atrae la tenue luz de la ventana del patio trasero, que baña de claridad los últimos estantes que albergan las colecciones más valiosas de la biblioteca. Los libros se agolpan; uno de ellos, llama su atención, es el que tiene el lomo brillante que destaca por su franja dorada. Se dirige a él, casi sin extenderse, lo alcanza y lo observa de cerca con admiración; sus dedos se posan en  las hojas que ella recorre poco a poco; se detiene en algunos pasajes, y continúa de pie, hojeándolo, hasta situarse frente a las mesas de trabajo. 

Inmersa, como estaba, es sorprendida por una exclamación: ¡Sígueme! Que brotó del interior del libro cuando fijaba su mirada y lo tenía entre sus manos. ¡El sobresalto la sacudió! Soltó el libro que cayó sobre la mesa de estudio.

Pasaron unos segundos, quizá más; sin salir de su asombro por el imprevisto, se reincorporó y fue nuevamente hacia el libro. Aún con desconcierto, lo abrió lentamente y escuchó una voz educada que le dijo: ¡Leamos juntos! Entretanto, cuando el objeto habló, la dama percibió un leve movimiento de las hojas, algo parecido a un un soplido de viento...Se mantuvo en pie, sostuvo firme al libro que, continuó hablando: "Sé que eres un lectora frecuente y numeraria permanente de la biblioteca; te he visto consultando y estudiando a muchos de mis compañeros. Además, tienes un buen trato hacia ellos y los revisas con detenimiento. Tu dedicación me hace pensar que aprendes y los disfrutas. Creo que hablas mentalmente con ellos. Estoy contento de que voltearas hacia mí...Hace mucho tiempo que nadie lo hacía..."

La dama seguía estupefacta, tenía el libro a la vista, en sus manos, escuchaba cómo se expresaba. Permaneció inmóvil, aún ensimismada le preguntó: "¿Acaso eres tú libro quien me hablas?, ¿Eres tú quien apenas mueve las hojas?”. -"Sí soy yo; contestó el libro.- Te agradezco que estés conmigo y contento de ser abierto, después de tantas décadas. Presentí, desde que me observaste, que acudirías conmigo. Tus ojos destellantes se posaron como relámpago en mí. Te acercaste con seguridad, me tomaste y apreciaste con afecto la portada; me abriste y repasaste las hojas con cuidado. Recorriste las páginas con interés, ¡no quise interrumpirte!, pero mi deseo era hablarte; no me hubiera perdonado dejar pasar la oportunidad de llamarte. ¡Imagínate que me cierres y me coloques de vuelta en los anaqueles!  Fue por eso mi exclamación intempestiva".

Más repuesta del susto. La mujer le refiere: "Me gusta tu eternidad, es una hazaña conservarse". El libro le responde: “Despertar y volver a despertar, sin poder hablar...la hazaña es que estés conversando conmigo, escuchar a alguien de manera directa. En realidad, todas las épocas son interesantes; las hay buenas y malas; un libro no debe juzgar los acontecimientos, son ustedes los humanos quienes lo hacen, hablan, escriben y dejan registros editados. Nosotros también vivimos la intensidad de los tiempos, el fragor de los sucesos, la admiración de las inteligencias y el reconocimiento al talento que se conserva en documentos, textos y libros. Hoy también, guardados en formatos electrónicos. Nosotros mismos ya estamos en archivos digitales".

"¡Dime tu nombre!, continuó el libro, pareces profesora, ¿Acaso lo eres?” -"¡Tienes razón!, soy maestra, afirmó la mujer"-. 

"¡Lo imaginé!, por la manera ágil de buscar, repasar y hasta la forma de acudir conmigo", dijo el libro.

"¿Qué te parece si te acomodas, te sientas y leemos juntos lo que guardo con tanto afán?", expresó jubiloso el libro. Permíteme acompañarte en tu lectura, que los avances del texto sean para ti, un gusto, que te deleites con las palabras, frases y párrafos de cada una de sus hojas. Te invito a que la reflexión de los capítulos sea compartida; para escuchar tus ideas y recrearme con ellas". 

La dama se entusiasmo al oír el ánimo sobrenatural del añejo volumen. -"Unidos haremos la lectura", dijo el libro; lo enriqueceremos con más pensamientos, más historias, más personajes, más emociones. Tú darás lectura, nos detendremos si alguno desea hacer preguntas o comentarios. Yo anotaré tus opiniones; explicarás los pasajes de mayor colorido que sean de tu interés".-  La maestra no perdía detalle de lo que expresaba el libro, a quien le comentó: "Leer juntos será muy interesante, platicar y hacer notas sobre lo que preservan tus hojas, desde hace siglos, es honrar la grandeza del autor, que tiene bien ganado su lugar en la historia de las letras y el conocimiento." 

Yo, afirmó el libro: "Tendré el cuidado de ser un buen guía, respetar el escrito y con la experiencia y sabiduría que tienes, abundaremos en el estudio de la obra, que bajo mi recaudo tengo para bien de la educación y la ciencia, de los estudiantes y maestros. ¡Iremos de la mano!, compañera profesora, ¡Eso sí, yo un paso adelante! conozco el camino de día y de noche".

Transcurrió la rutina del día; llegó el atardecer y se oscureció la ciudad. Cada vez eran menos las personas que se encontraban en la biblioteca. La maestra y el libro dieron fin a su lectura. Escribieron tarjetas con opiniones y comentarios de la lectura del texto. El ejercicio fue impecable, resultó un esmerado trabajo en equipo. Ambos se miraron orgullosos, habían estado absortos durante horas, aplicados en una tarea que los llenó de satisfacción. 

Los dos se preguntaban sobre el misterio de la comunión de un ser humano y un objeto, para entenderse y unirse para un mismo fin. Quizá, era una interrogante que en ese momento no encontraría respuesta en ninguno de los dos. Prefirieron no indagar y dejar la emoción votiva. Se despidieron colmados de alegría, con el propósito de verse después. La maestra estrechó al libro en un largo abrazo y le agradeció compartir esa oportunidad. Le susurró: “Leer lo escrito en el tiempo, reflexionar sobre las ideas al paso de los años y poetizar cómo la historia plasma la vida, ¡Es algo a lo que nunca debemos renunciar!”. Con él, en sus brazos, se dirigió al estante para regresarlo a su lugar; antes de llegar, el libro le dijo: "Recuerda el mensaje de mis palabras: su aprendizaje y el legado de experimentar fabulosas sensaciones y gratas emociones".

Con una sonrisa, le pidió: "Ubícame en la repisa más elevada, allí permaneceré hasta tu regreso".

Al colocarlo en el mueble, antes de cerrarlo, el libro miró a la maestra y le expresó:

"¡Haremos de la amistad un libro de amor duradero por el saber!"

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