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Opinión

Paradigma novedoso

Ad Honorem.

¿Está usted conforme con el liberalismo? 

¿Asocia usted el comportamiento de la economía y las costumbres que la sociedad tiene con una doctrina que ha impuesto patrones comerciales y de consumo?

¿Cree usted que formas de vivir, pensar, soñar, comunicarse o entretenerse, están influídas por arquetipos que son moldeados desde el exterior y adaptados localmente?

¿Supone usted que sus ideas y determinaciones, consideran el entorno y medio ambiente y son producto de un razonamiento independiente?

Estas interrogantes y seguramente, otras mejores, que usted tendrá, están vinculadas de manera importante con el liberalismo y su filosofía política, económica, ideológica y social.

Cuando hablamos del liberalismo, nos referimos al modelo capitalista de expansión; el papel del Estado consiste en preservar la libertad de acción de los actores económicos a través de la regulación de la libre circulación de las mercancías tanto al interior como al exterior del país. La participación estatal es esencialmente de tipo indirecta, de apoyo externo a la actividad económica desarrollada por los individuos y las empresas. Hay libertad individual y libre juego de las reglas del mercado. Han impuesto las reglas de las relaciones comerciales y fijan estilos de vida en la mayor parte del mundo.

En esa inteligencia, la actividad laboral, económica, social, psicológica, de diversión y formas de concebir y entender las relaciones y la comunicación entre personas, forman parte del prototipo liberal. Se caracteriza por el control del capital financiero, comercial, mercantilista y consumista.

Hace algunos años, el intelectual francés Alain de Benoist, y de manera más reciente el filósofo e historiador ruso Gudín, plantearon la necesidad de una teoría política, contraria al liberalismo y distinta a las que prevalecieron anteriormente. Sostienen que, desde el siglo XIX, las ideologías políticas dominantes han sido tres: la primera, el liberalismo; la segunda, el marxismo-socialismo; la tercera el fascismo nacionalsocialismo. De estas doctrinas, una quedó extinguida, otra muy disminuida y se mantuvo triunfante, el liberalismo.

Pero es necesario, dicen, dar un giro y acabar con su crecimiento, dominio e ineficacia individual y social, en detrimento de las personas y de las comunidades. Proponen un camino diferente que ofrezca una nueva forma de vida, más local, más equitativa, menos desigual.

El liberalismo fue transformándose. Desde el siglo antepasado, el original, llamado clásico, tuvo con el paso de las décadas una metamorfosis con gran capacidad de adaptación. Recordemos que hace un siglo, Lenin expresó: “Imperalismo, fase superior del capitalismo”; y en efecto, esa fase continuó durante el siglo XX, con su desarrollo y expansión planetaria; alcanzó otros estadios económicos, comerciales y sociales, con enorme influencia política y mediática en gran mayoría de los países. En esa prolongación ha escalado una nueva categoría: el postliberalismo global; caracterizado por el control de los procesos económicos continentales, con un marcado utilitarismo comercial, que ha influido en hábitos y costumbres y en los patrones vitales individuales y sociales.

La historia del liberalismo es rica en acontecimientos y ¡Claro! Ha sido protagonista en los episodios más relevantes que han cambiado el mapa geopolítico internacional. Lo hizo de manera activa en las dos guerras mundiales; en las distintas depresiones económicas que impactaron al orbe; en los programas emergentes de financiamiento a países en crisis; en la imposición del sistema económico mundial y establecimiento del patrón dólar; en el crecimiento de los esquemas prestamistas y la relación deudores-acreedores con múltiples países; en el fortalecimiento de las entidades crediticias, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros instrumentos; la participación activa en las estructuras en las que descansan los tratados de libre mercado que integran a países y regiones. 

Con el derrumbe del bloque comunista en los años noventas, el sistema capitalista, se alzó victorioso; la economía de mercado ocupó nuevos espacios y se acentuó el sello de la globalización. Las ideologías que habían impuesto formas de Estado, quedaron desechadas; se vieron relegadas del debate mundial, incluso, en los centros de estudio y opinión. 

El postliberalismo sienta sus reales y queda como bloque unipolar. Llama la atención que son pocas las interrogantes por un modelo alternativo distinto, con propuestas diferentes, en búsqueda de respuestas que contrarresten el sentido desigual de un capitalismo frío, sin oportunidades de bienestar a numerosos segmentos de población mundial.

Entre las propuestas, que versan en este tema, está la referida teoría de Dugin y Benoist, con postulados filosóficos orientados al individuo como ente social y un modelo integrador que desaliente la concentración económica vigente. Pugna para atenuar las asimetrías globales y establecer una reivindicación de regiones y espacios locales cooptados por la dinámica utilitarista que "enajena" la conducta humana y llaman a un "despertar de la existencia" para evitar el olvido y atender la marginación.

Una alternativa de cambio, debe considerar el respeto a las personas, razas y religiones; orientar la dinámica social hacia una regularidad más equilibrada, para una coexistencia más armónica, que reconozca diferencias y contradicciones.

¿Es una utopía? Quizá lo es; lo importante es la reflexión sobre una realidad universal compleja, con diferencias económicas y brechas sociales marcadas. Los graves acontecimientos que aceleraron este 2020, y la emergencia todavía incierta, exige la regeneración inmediata del propio postliberalismo. Quedó demostrado que, ante escenarios inesperados de magnitud agresiva, se requieren nuevas ideas. 

En ese contexto emerge la necesidad de esquemas con ideales y normas que tengan como prioridad a las personas. Acudir  al rescate de un nuevo hombre, al que Nietzsche denominó “Súper hombre” encaminado a trascender la moral tradicional y generar su propio sistema de valores con una voluntad de poder genuina. Aspiraciones de ayer que corresponden al mundo de hoy.

En un entorno, de ventajas y desventajas, es pertinente una propuesta distinta, que, sin enfrentarse a la realidad agresiva liberal, sea un detonante donde prive una mayor conciencia, sobre los rituales del mercado y del consumo, de ciudadanos y agentes productivos; con un papel principal del Estado como orientador y mediador en patrocinar y proteger el impulso local; benefactor de condiciones sociales a grupos poblacionales desprotegidos. El Estado de beneficios de extensión comunitaria, promotor del desarrollo y regulador del mercado. Un estado rector, atento a la problemática social y a la emergencia general, que genere cambios desde dentro y comparta sus fortalezas hacia fuera.

Un nuevo paradigma que llene vacíos ideológicos; que recupere el nacionalismo perdido en su identidad, cercano a su historia, a sus tradiciones y a la diversidad sociocultural del país. Se trata de ir por otras vías a las trazadas por el postliberalismo; sin duda, tarea muy difícil, en una sociedad con asimetrías notorias en todos los órdenes.

No es una proclama de confrontación, es coexistir con el dogma postliberal que desde su surgimiento compitió y prevaleció por encima de otras ideologías. Además ha fincado una estructura de diversificación y control con reglas y comportamientos más allá de las fronteras de cualquier territorio, para imponer sus condiciones globales.

El Estado y la sociedad en la suma de decisiones; con una conducción firme, con el sustento de una gran alianza y una voluntad pública cimentada en la conciencia mexicana para alcanzar un proyecto nacional actualizado que transite entre gigantes y molinos de viento.

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