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Opinión

Postmodernismo digital

Ad Honorem.

Somos postmodernos ¡Sí que los somos! La tecnología, la industria digital y en general lo que ahora se denomina sociedad digital,  tienen la cualidad utilitaria de conjugar los gustos, preferencias y el consumo de la gente. Sus alcances son amplísimos, llegan a todos los estratos y segmentos poblacionales.  Se han hecho indispensables en la vida de las personas, cooptan su atención y dedicación; tienen un lugar especial en las actividades y rutinas laborales, educativas, de bienes y servicios, de ocio y entretenimiento. Su audiencia e influencia global es cada vez mayor. Forman parte de los procesos culturales de la sociedad; son los principales generadores de información y opinión; sus efectos masivos imponen patrones de conducta y formas de vida.

Cada generación se ha visto sorprendida por las novedades tecnológicas. Lo hicieron la radio y el cine hace más de cien años; la televisión de antena después; más adelante surgió la televisión por cable; posteriormente, la renta y adquisición de películas para uso doméstico; en la última década, hemos visto por distintos dispositivos, la irrupción masiva del mundo digital, desde el internet hasta plataformas variadas.

Corrientes del pensamiento han denominado a este último periodo, como Posmodernismo, cuyo análisis nace con Friedrich Nietzsche, que en su evolución ha visto pasar conquistas científicas y cambios abruptos, asociados con la incorporación de maneras distintas de crear y coexistir.

Los componentes del Postmodernismo forman parte del trajín cotidiano; están en el ámbito laboral, productivo, en los centros educativos, en los sitios de recreación y en el espacio doméstico. Hay un extenso menú electrónico y digital, de aparatos y servicios, con una nutrida programación en distintos dispositivos, para las opciones y gustos, sean películas, videos, audios, imágenes, documentales, programas, series y eventos.

En las pantallas el producto que observamos tiene una multiplicación de imágenes. Los nativos digitales, los jóvenes de hoy -quienes nacieron este siglo, y también el anterior, por supuesto,- se identifican con la animación colorida y las frecuencias ágiles, relampagueantes; con temáticas combinadas y secuencias rápidas y abundantes.

El tiempo diario que dedica cada persona a ver televisión, a estar frente a la computadora, a utilizar el móvil, a interactuar en redes sociales, a escuchar música, a navegar en internet, o acceder a plataformas y a cualquier modalidad digital,  es considerable, -muchas veces supera las horas de descanso-. Es un asunto que se ha ubicado en todos los espacios e invadió la esfera doméstica, relegando a la conversación, al ejercicio físico, a la lectura y a otras tareas y distracciones.

Hay múltiples programas educativos, con contenidos didácticos visuales actualizados. Muy importante son los libros y textos digitales y sus plataformas, se han expandido ampliamente, con más registros y más audiencia. Los hay también en aspectos de salud, bienestar y muchos otros. En realidad han ocupado un universo de aplicaciones para atender preferencias e inquietudes; operaciones de servicios, ramas, materias y actividades distintas.

El universo digital es imprescindible, aunque no debe estar por encima de la inteligencia de los seres humanos para comunicarse, actuar y desdoblar la imaginación y creatividad del desarrollo cognitivo y social. Su uso tiene riesgos notorios; los excesos y los signos de adicción son un tema que está presente, que crece, y no se puede eludir; tiene consecuencias que perjudican a usuarios de cualquier edad: hay pérdida de privacidad, desvinculación social, desapego de conciencia de la realidad, afectaciones físicas, por citar algunas. Por otro lado, cuando se hace un manejo digital adecuado, son indiscutibles las ventajas que aporta: se accede en tiempo real a comunicación e información relevante; se ingresa a un mundo diversificado de saberes extraordinario; se simplifican necesidades y procesos; se facilitan muchas consultas y trámites ordinarios, etc.  Hay coincidencia de que su uso sea de optimización racional, en tanto herramienta esencial, más no un reemplazo sobre el potencial de las capacidades humanas.

El cambio es permanente, siempre innovando, con ciclos vitales de corta duración; lo nuevo envejece, es sustituido inmediatamente por una novedad más reciente que impone distintas formas de vida.

La transformación tecnológica es incesante. De la sociedad de la información mutamos a la actual época digital. “El modernismo quedó atrás”, declara Gianni Vattimo, superado por un camino diferente; lo reemplazó el Postmodernismo, “Con la voluntad de poder, un nuevo comienzo”, enfatizó Nietzsche, desde el siglo XIX;  “Apenas inicia”, dice Gilles Lipovetsky, entrado ya el siglo XXI, marcado por la pérdida de la conciencia histórica, la cultura como mercancía, el culto al ocio y la deserción de los valores tradicionales.

Somos “homo digitalis”, lo somos en distinta proporción. La ciencia con sus logros e invenciones debe servir para mejorar la vida de las personas. El universo digital hegemónico es imprescindible, aunque no debe suplantar la inteligencia del individuo, para interactuar, mantener los vínculos sociales y desdoblar la creatividad y el desarrollo cognitivo y social. Lo pertinente es conciliar el uso adecuado del avance tecnológico con el desarrollo humano.

Al reconocernos Postmodernistas es importante saludar el éxito digital de vanguardia cuando colabora en la utilidad de los individuos. Es aún mejor darle la bienvenida a la concepción sublime del Postmodernismo cuando contribuye al crecimiento humanista.

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