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Opinión

“El abrazo de la muerte”

Punta de Lanza.

05/27/2020

Si alguien me pregunta su nombre, no me sentiré altanero ni tampoco avergonzado al mentirles y decirles, una y otra vez, que no lo sé.

Pese a tener a la mano el dato y la identidad de mi personaje, mi respuesta seguirá siendo la misma: no lo sé.

Incluso, para sustentar mi respuesta negativa, rayando quizá en la indolencia y el desfiguro me permitiría robarle y hacer uso de una pequeña parte de su letra a una hermosa canción del reconocido cantante y compositor mexicano José María Napoleón.

No, amigos, insistiría, no sé su nombre… “Nunca lo supe. Nunca lo imaginé. Nunca dispuse de su tiempo.

Sólo podré decirle a quien trate de indagar la identidad de la mujer que hoy inspira las letras de este escrito, que se trata de una gran mujer, una auténtica Dama. Señora de todos mis respetos.

Honorable, educada y de finos modales. Bella por dentro desde que tuvo uso de la razón, y hermosa por fuera hasta el último instante de su existencia.

Alegre siempre. Disfrutaba de todo lo que la vida le había regalado. Casa, hijos y amigos. Soñaba despierta con el amor de toda su familia, y despierta no escatimaba su amor y el respeto al mundo que la rodeaba.

Era amigable y se rodeaba siempre de grandes y excelentes amistades, con las cuales compartía y disfrutaba los mejores momentos de su vida.

Y así pasaba los días la bella señora. Recargada cada tarde en el apacible sillón reclinable de la confortable estancia de su hogar. Esperando la visita de sus hijos, que llegaban aparejados con la algarabía de los nietos. Algarabía, que para su calidad de abuela amorosa, significaba la mejor de las músicas.

Así vivió la bella dama, feliz y dichosa, hasta el día en que un acto festivo de su familia, se tornó en lágrimas, dolor y luto.

Y es que de manera inesperada, la abnegada y bella señora había llegado hasta el momento final de su existencia en ésta mundo terrenal. Nadie, ni familia ni amigos esperaban tan trágico acontecimiento.

Tristeza mayor. Ocurrió en el transcurso de pocos días, situación que agrandó la sorpresa de propios y extraños.

Pareciera paradójico e inconcebible pero UN FUERTE Y CARIÑOSO ABRAZO de su propio hijo había sido la causa de su fallecimiento.

Ocurrió el pasado 10 de mayo de 2020… Sí, el mero Día de las Madres. La fecha en que todos nos volcamos a festejar a esos seres maravillosos que han tenido la fortuna de ofrecer al mundo un fruto de su vientre.

Ese día, sabedora del agasajo que sin duda recibiría de parte de sus adorados hijos, la dama de nuestra historia, haciendo gala de esa vanidad propia de las mujeres se había esmerado en su arreglo personal.

Los poco más de 70 años que orgullosa cargaba a cuestas, se habían diluido ante la belleza y elegancia que ese día de manera majestuosa portaba. Era el Día de las Madres y habría que lucir bella y alegre, pensaría tal vez aquella señora sin nombre.

Ese día, su vestido era elegante. Su rostro tenuemente maquillado era el toque perfecto para una señora de su edad. Su pelo lacio y bien arreglado caía sobre su espalda... Y todo enmarcado en su alegre y eterna sonrisa. Lista estaba para recibir el agasajo de los suyos.

Ocurrió, sí, el 10 de mayo. Era imposible no festejar a Mamá en esa fecha tan emblemática y especial, pensaron sus hijos. Y así lo hicieron.

Alguno de ellos, pensando quizá con algo de mesura, habría dejado entrever la posibilidad de posponer la visita a la casa materna, pensando en la necesidad de cuidar la integridad física de la señora.

“Estamos en cuarentena por la pandemia, y pudiera alguno de nosotros contagiar a mi madre”, se atrevió a comentar al resto de su familia.

La respuesta fue burla y escarnio. “El coronavirus es un mito”… Eso es cosa de las disputas económicas de los países poderosos”… ”No pasa nada”…

Palabras más, palabras menos, pero esos fueron tan solo algunos de los argumentos que sirvieron para derrumbar la idea de uno de los hijos de posponer para mejores tiempos la fiesta de mamá.

Y no sirvieron tampoco los llamados de alerta de las autoridades de salud. Ni valieron los mensajes ni desplegados de las autoridades de todos los niveles de gobierno llamando al aislamiento social. Y mucho menos influyeron los miles de comentarios en las redes sociales, opinando y relatando sobre diversas experiencias vividas por personas contagiadas por el COVID-19.

Nada hizo cambiar de opinión a los hijos de la elegante y simpática señora. Era Día de las Madres y el ritual del festejo se tornaba casi obligado.

Ocurrió el 10 de mayo… Ese día un abrazo terminó con la vida de una adorable señora… Más triste será decir que el abrazo mortal provino de los brazos de uno de sus adorados hijos, cuando la apretó amoroso contra su cuerpo al tiempo de susurrarle palabras de amor y felicidad. Nunca pensó que era ese el último abrazo para el ser que le dio la vida.

La señora, de la cual, insisto, no recuerdo su nombre, había recibido ese día cinco abrazos. Porque cinco eran sus hijos entre hombres y mujeres.

Cinco descendientes de su sangre, Sí, pero sólo uno de ellos cargaba a cuestas el peligroso y letal coronavirus, el que, por supuesto, bastó para infectar el organismo de la festejada.

Fue paradójico que un abrazo, se convirtiera en el regalo macabro de un hijo para su querida madre, misma que tras el contagio solo soportó 10 días de hospitalización antes de su deceso.

Hoy, toda la familia llora la partida de su ser querido… El COVID-19 acabó con su vida. Y cargan todos con el inmenso dolor y la pena de su inconsciencia por haber desatendido el llamado de aislarse y salvaguardar de esa manera su propia salud y la de sus seres queridos.

Sí, la gran dama murió afectada por el coronavirus. Un virus invisible a simple vista, pero que a su contacto con las personas pudiera tornarse a corto plazo en una verdadera amenaza mortal…

Al final de la historia, sólo puedo decirte amigo lector: cuidarnos es responsabilidad de todos. Y tú, ¿te cuidas? ¿O te vale? Es cosa de pensarlo, y pensarlo muy bien.

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